Me cuesta tragar, me duele apretar la lengua contra el paladar y deglutir los signos empapados en saliva. Debo tener en mal estado las anginas.
Intento hacer una dieta equilibrada, pero no me dejan. Anoche, por ejemplo, me pusieron para cenar un comunicado de la banda y me clavé las espinas. Ya me había tomado para desayunar la muerte de un torero y un moticidio lejano.
En el almuerzo, ensalada de crisis con demasiado vinagre y demasiado pánico. Luego un filete de contradicción de los mercados, esos que reaccionan enseguida con miedo cuando un dirigente musita alguna tontería nueva. Cuando los mercados pierden, todos perdemos, pero cuando ganan sólo ganan ellos, los que parecen no inmutarse cuando gritan en la calle los parados.
Y más tarde, con el estómago todavía pesado, me di un atracón de libio cadáver sobre un fondo de vilipendios y manta ensangrentada. De postre, como si eso me calmara las anginas, un sorbete frío de equipos que llegan al liderato mezclados con los goles de los mismos de siempre, que siempre se me repiten.
Así, con este menú, no puedo desanginarme el pecho y me cuesta, cada vez más, tragarme el trozo de mundo que me entra por todas partes. Me duele apretar la lengua contra el paladar y engullir la realidad a zarpazos.
Ir al médico no sirve, porque solo te diagnostica hipertensión aparente y lo único que te receta es que te tomes una infusión de indiferencia cada ocho horas. Temo asfixiarme, que un trozo se me quede atrancado y no consiga hacerlo transitar hasta donde todo se digiere con la pesadez de las decepciones.
Ya he estado a punto. No sé cómo, la custodia compartida de un coche, el secuestro de los cooperantes y las declaraciones de quienes entre todos la mataron y Marta sola se murió, se me han hecho un lío, un nudo que me ha tenido con angustia vital y nauseas irritativas hasta hace un momento.
Temo asfixiarme si no me desangino pronto, la salud es lo primero, dicen los que saben durar. Y es cierto que lo temo, que el ahogo me solivianta y me entumece las ganas y el sueño. Pero lo que verdaderamente temo es que, a fuerza de tragar espantos, me acabe haciendo inmune a las locuras del mundo y al dolor de los demás.
Así que, pensándolo bien, perdóname si no quiero desanginarme, si prefiero que me duela tragar. Aunque a veces eso nos cueste discutir afanosamente si nos queremos igual que antes o si aun andamos esperando lo que siempre dimos por imposible.
Qué extraña toda esa gente
Qué extraña toda esa gente.
Llenan los comercios, las calles, las oficinas,
amables, bien vestidos, sonrientes.Qué extraña toda esa gente
a la que el corazón sólo obliga
a dejar de fumar y
hacer ejercicio moderado.(Ángeles Carbajal, La sombra de otros días, 2008)