La vida es insomnio, que no sueño. Se equivocaba Calderón.

5. Mudanza (Página 6 de 6)

Agradecimientos

Trescientos cuarenta son los capítulos que ha tardado el insomnio en derretirse, en hacerse más tierno y más ambiguo, más contradictorio y menos líquido.

Estoy aquí porque creo que decorar la vida es una obligación para todo ser humano, que mentir es una necesidad biológica que alimenta la memoria, que escribir es el escenario perfecto para congeniar la realidad y la ficción.

Y me voy, no porque haya dejado de creerlo, sino porque las letras que había convenido con esta edad del azar ya se han librado y se han hecho efectivas.

Pero antes de irme quiero dar las gracias a aquellas personas que me acompañaron en el trayecto, que silenciosamente me observaron caminar tropezando.

Gracias a quiénes tuvieron el detalle de quedarse. Gracias también a quiénes prefirieron irse o volver cada cierto tiempo a este trocito de viaje en el que se queda mi vida expuesta en clave de trayecto.

Gracias por leerme, por decepcionarse, por asombrarse, por aconsejarme, por discutirme, por desordenarme los renglones y por hacerme dudar de lo que siento, de lo que pienso y de lo que escribo.

Y muchas gracias al insomnio, muchas gracias.

Pero es que la vida no espera. Seguiré andando por otro camino, andando del mismo modo en que hay que correr persiguiendo los sueños: incrédulamente, sin esperanza…

Quiero ir ahora a un lugar en el que pueda escribir lo que siento sin tener que sentir lo que digo. Si es que encuentro un amor imposible…

A estas alturas rodando

A estas alturas rodando
literalmente rodando
asumo mi destino,
araño cielos, tiento paraísos,
busco la clave que me traspase,
sin buscarla la busco,
la llave es un torso, un gesto,
la sonrisa de un amor imposible
o de otro amor imposible.
Los amores imposibles
—es tan evidente que siempre lo olvido—
son partes de ese mundo imposible
que es mi mundo verdadero.

(Darío Jaramillo, Libros de poemas, 2001)

Quizás pronuncies doce como un nombre del infinito

(Cenes de la Vega, 12 de diciembre de 2012)

Es la hora, el minuto, la última oportunidad del último siglo que soportará mis huesos.

Ya no me quedan más combinaciones que pedirle al calendario. Doce minutos en doce años; pero ninguno de ellos ha sido ese que tanto espero siempre, ahora, todavía.

Y sabía que eran minutos cualquiera, corrientes, mediocres, indecisos como cualquier otro minuto. Sabía que eran minutos imprecisos y fugaces, como suspiros en mitad de una tormenta. ¡Pero es que tenían un nombre tan bonito!

Quizás el doce sea un nombre del infinito y tú me lo pronuncies al oído un día cualquiera, cuando haya salido del bombo cualquier otro número sin nombre, mientras el mundo en tus ojos vaya haciéndose de noche lentamente.

Me queda poco tiempo de este último minuto que estás tardando en leerme y ando escaso ya de tinta. Espero que me permitan las teclas un poco más; por favor, lee deprisa, que no quiero terminar este minuto de insomnio, que no quiero terminarte, sin que lo último que sepas de mí es que eres mi vida.

Mi insomnio sin mí

Gritar en el centro de una plaza rebosante de uvas y gente desconocida, ver mi propia casa desde el estómago vacío de un parapente frágil y altísimo o hacer el amor desnudo en la cubierta de un yate, mar adentro, donde la palabra «tierra» haya perdido ya todo su significado.

Son cosas que tal vez intentaría hacer antes de que todo estalle, propuestas de sueños que me urgirían en mitad del huracán último. Tantas cosas que no hice, tantas otras que no dije, muchas más que no sentí.

Es extraño echar de menos todo aquello que no se vivió, como si lo sucedido no bastara nunca. Porque la vida interior es la vida, todas las sensaciones que sí he sentido son las que me han hecho como soy y las que me mantienen vivo.

Así que, por si el tercer acto acude presuroso y de improviso, y me pilla sin afeitar y con el chándal desolado.

Por si todo ocurre cuando la chimenea se ha vuelto ceniza y la emoción desnuda de tu tacto no pudiera distinguirse del frío de un otoño que se vierte a ras de suelo en un sitio desde el que no se ve mi casa.

Por si hubiera que susurrar en una habitación vacía y desangelada para no atraer al oído de las paredes y los teléfonos, y hacer el amor medio vestidos en tierra, allá donde la palabra «mar» dejó de existir hace milenios.

Por si no da tiempo a soñar, ni a elegir diez tareas como ofrenda.

Por si no hay agua suficiente en el vaso, por si me falla la saliva al intentar decirte todo aquello que nunca podría terminar de decirte, quiero que sepas, hoy, esta noche, que me encantó soñar contigo.

Entradas siguientes »