(Cenes de la Vega, 12 de diciembre de 2012)
Es la hora, el minuto, la última oportunidad del último siglo que soportará mis huesos.
Ya no me quedan más combinaciones que pedirle al calendario. Doce minutos en doce años; pero ninguno de ellos ha sido ese que tanto espero siempre, ahora, todavía.
Y sabía que eran minutos cualquiera, corrientes, mediocres, indecisos como cualquier otro minuto. Sabía que eran minutos imprecisos y fugaces, como suspiros en mitad de una tormenta. ¡Pero es que tenían un nombre tan bonito!
Quizás el doce sea un nombre del infinito y tú me lo pronuncies al oído un día cualquiera, cuando haya salido del bombo cualquier otro número sin nombre, mientras el mundo en tus ojos vaya haciéndose de noche lentamente.
Me queda poco tiempo de este último minuto que estás tardando en leerme y ando escaso ya de tinta. Espero que me permitan las teclas un poco más; por favor, lee deprisa, que no quiero terminar este minuto de insomnio, que no quiero terminarte, sin que lo último que sepas de mí es que eres mi vida.
Deja una respuesta