Como siempre pasa, lo importante es lo que sucede por dentro, lejos de las miradas de los testigos, aquello que se diluye o se agita en el corazón.
La misma mujer, no sé si el mismo abrigo de tres años atrás. No parecía por el envoltorio cotidiano que cupiese dentro tanta imaginación, tanta piel, tanto encanto. Nada hacía sospechar que su reticencia a los labios era sólo el lazo con el que terminar de adorar el regalo.
No nevaba, el sol aún se defendía del horizonte y apareció como por arte de magia. Cuando, después de la maniobra se acercó de puntillas y me dijo «puedes desenvolver tu regalo», yo no podía imaginar cuánto rojo, cuánto blanco, cuánto sueño descalzo delante de mis ojos.
¡Qué suerte la de los regalos! Recibirlos por la sorpresa, mirarlos con ojos de plato, besarlos contra otros labios blandos, lamerlos para golosina o enfundárselos como un guante de piel que acaricia por dentro cada vez que tocas el cielo.
El mismo abrigo, no sé si la misma mujer de hace tres años. Un abrigo que sirvió de puerta, de lazo, de suelo y de escenario para la obra. Pocas palabras cada doce segundos, ni humo, ni nieve, ni frío. Pero su faros como dos ojos abriendo y cerrando el mundo para los míos.
Cuando me dio el alto, cuando se quitó el abrigo para volvérselo a poner, cuando sonrío al patio con pasos cortos hacia la tarde siguiendo su camino, me dejó con mi precioso regalo deshilachando en palabras la memoria con la que escribo.
Tres años de distancia separan los dos abrigos. Ni era la misma mujer, ni la misma prenda, ni siquiera yo tampoco era el mismo. Sólo permanecen aquellos corazones antiguos y un hilo que los une y que, de tanto en tanto, se retuerce sin romperse.
Regalo y presente, envueltos en una mujer con abrigo. Pero no voy a mencionar, porque a nadie le incumbe, si el color del abrigo sigue siendo el mismo que el de la melancolía.
MUJER CON ABRIGO
El humo estático de una chimenea se deshilacha en algodón sobre la montaña.
Las motas blancas atraviesan un cielo gris que se deshace en frío. En un frío silencioso que interrumpe todas las conversaciones, frío de testigos que juegan a palpar sueños de madera, frío de piernas juntas y palabras intermitentes.
Por detrás de la nieve, se desliza una mujer con abrigo y la habitación se torna blanda y apartada del mundo. Faros son sus ojos, porque atraen y avisan, porque miran de fuera adentro cada doce segundos.
Migas de cielo se desparraman por el patio, como si quisieran las nubes dejar un rastro efímero. Mosquitos blancos que pululan el frío, este frío asimétrico de cristales entornados, patios vacíos y maderas yertas.
Ráfagas de palabras abiertas que alimentan otros sentidos en cada doce segundos de poesía, vuelven a conducir al desorden del principio, mientras el tiempo se agota, se va agotando lentamente y no se rompe este frío.
La mujer nieva afuera con pasos cortos, cruzando el patio de mosquitos, con sus faros como dos ojos, pero deshecha ahora del peso del abrigo.
Mientras cruza el humo testigo desde la montaña, me deshilacha en renglones las palabras con las que escribo.(Otro mundo, Otra vida, Otro sueño de enero)
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