Una boca que no ladra, una lengua que besa. Como un niño diminuto que apareciese en el cuento debajo de una hoja, al hombre lo vuelve dócil y a la mujer la hace más tierna. Quienes lo tienen, parecen otros más jóvenes, menos mezquinos, más humanos y menos sujetos.
No necesita moverse, sólo ir mirando recovecos en la avenida. Mira sin decir nada y todos parecen entenderse. Se toca, se palpa, se suspira. El pecho se hincha y florece la paciencia.
Cambia las cosas de sitio sin que nadie proteste, anima a compartir rincones antes adquiridos en el sofá y todos le abren un espacio propio, un momento, un pensamiento, una caricia.
Y cuando lo sacas de paseo, el mundo se admira, la gente se para y la sonrisa se convierte en el gran signo mientras se mira al suelo. Sus necesidades son infinitas y extrañas, es cierto, pero todos las entienden y las facilitan.
A solas, más tarde, luego, en casa, todo paz. Caricias y mimos, tiempo devanado entre sus idas y sus venidas. Luego más paz, sueño sin ruido, cada quien lo duerme en su cama.
Y todas las mañanas trae en su lengua un rumor de café y claridad, un deseo de exhibición impúdica de sentimientos que empuja a sacarlo a la calle y a enseñarlo orgullosos.
El amor es un perro. Un perro que no ladra y que sólo muerde cuando se escapa. El amor es un perro muy perro, tan perro, que somos nosotros los que le ladramos antes de que venga y después de que se vaya.
Lo compruebo cuando me miro dentro del mar de los espejos y veo que todo está lleno de perros abandonados a su suerte, que es la nuestra.
Tiempo
Perro de mí, me arrojo de comer
olas de oro, cristales, esmeraldas humanas,
las ciudades que tiemblan más allá de estos
límites
estallan como el fósforo en los mares nocturnos,
rostros de amor más grandes que este amor
eléctricos se encienden se apagan adelante,
los navegantes de la sombra
hemos crecido hasta mil años de ganas de vivir,
moriremos pequeños y paciencia,
apenas aprendices del amor.@(Juan Gelman, Velorio del solo, 1961)
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