Solo incertidumbres me van rodeando, todo llueve pasajero, incompleto, extraño.

Detrás de la avidez de los análisis con que se arma el ejército de los médicos, hay una inconsciencia latente, un delirio, un torpe ejercicio de desprecio.

Es una mirada pasajera sobre el precipicio, hecha de puntillas, esquivando los días venideros y las noches que aún quedan por desgranarse de la gran mazorca.

Solo incertidumbres salen de mi boca, al mismo tiempo que me entran por los ojos, por las orejas, por las manos. Dudas pasajeras que siempre vuelven cuando acaban de irse, que regresan sin haber llegado al destino.

Me cuentas incertidumbres mientras replico sórdidas letanías de poca monta, porque en el fondo también son las mías y les temo, las llevo ateridas en el corazón de los pasteles y la pérfida alegría con que me rozas ya sabes que no sirve contra las sombras que proyecto.

Solo son incertidumbres de pasajero, de trenes ahítos de vía, solo incertidumbres me dices y te digo.

Y todo, extrañamente, todo luego coincide: cuando te miro a los ojos intentando entender cuánto nos amamos al despedirnos, siempre llueve a gusto de los ausentes.

Escrúpulo

Me parece que vivo
que estoy entre los ruidos
que miro las paredes,
que estas manos son mías,
pero quizás me engañe
y paredes y manos
sólo sean recuerdos
de una vida pasada.
He dicho «me parece»
yo no aseguro nada.

@(Oliverio Girondo, Calcomanías, 1925)