Ningún camino te lleva hacia mi casa, no pasan por aquí las vías de ningún tren. La parada del autobús, sí, está abajo, en una esquina; pero aunque llegases, no subirías.

Los telediarios no me escriben en sus noticias, ningún reportero está esperando en la puerta. Los vecinos no se saben mi nombre y el cartero nunca llama dos veces.

Desde aquí dentro, nunca sorprenderé a la vida espiándome. No tengo más remedio que salir a buscarla. Y de paso, me iré fijando en las rebajas.

El tiempo sin escribir es el tiempo de sentirse vivo, el tiempo de asesinar los silencios y espantar las oscuras golondrinas, no les vaya a dar por contradecirse y volver. El tiempo sin escribir conduce a la esperanza y al desastre, a la cuenta corriente deconstruida, al campo sin puertas y a la ciudad sin orificios.

He elegido vivir y, sin embargo, de tanto en tanto no puedo evitar la tentación de venir a suicidarme aquí, delante de estas letras. Pero no me mato del todo, tranquilos, solo un poco, y al cabo de un rato, vuelvo a salir.

El tiempo sin escribir es el tiempo de estar vivo y en silencio. Este otro silencio poblado de renglones es, solamente, una hoguera en la que quemarme las vanidades y guarecerme durante esos ratos en los que la vida se vuelve doméstica y tú estás ocupada y están cerrados todos los bares.

Alégrate por mí cuando vengan nuevos tiempos sin escribir en los que pueda recomponerme. Porque en cada silencio está el origen de la misma palabra que lo rompe.

Roto

Solo, en medio de todo;
estar tan solo
como es posible,
mientras ellos vienen
muy despacio,
se agrupan,
ponen su campamento,
invaden,
talan,
hunden,
derriban las palabras
una a una,
se reparten mi vida,
poco a poco,
levantan su pared
golpe a golpe.

Después se van;
se marchan
lentamente,
pensando:
—Nunca podrás huir de todo lo que has perdido.

Tal vez tengan razón.
Tal vez es cierto.

Pero llega otro día,
el cielo quema
su cera azul encima de las casas;
yo regreso de todo lo que han roto,
busco entre lo que tiene
su propia luz,
encuentro
la mirada del hombre que ha soplado unas velas,
el limón que jamás es parte de la noche;
ato,
pongo de pie,
reúno los fragmentos,
me convierto en su suma.

Y todo vuelve
otra vez;
las palabras
llegan donde yo estoy;
son las palabras
perfectas,
las que tienen
mi propia forma,
ocupan cada hueco
y cierran cada herida.
Las palabras que valen para hacer estos versos
y sentarse a esperar que regresen los bárbaros.

@(Benjamín Prado, Todos nosotros, 1998)