Hay palabras que se miran y hay palabras que se huelen. Palabras que tienen varios sentidos, palabras que señalan en diversas direcciones.

También hay palabras que se palpan. Otras duelen, otras ríen, otras lloran. Y hay palabras, incluso, que se escuchan, simplemente, como si el viento se frotase contra las hojas.

He descubierto recientemente, aunque tal vez sólo era una infidelidad de mi memoria, que hay palabras horizontales, verticales y oblicuas. Que hay palabras sinuosas y directas, que hay palabras planas y curvas. Que los vocabularios cambian con la postura, que el mensaje se entiende mejor con la posición a favor.

Las mismas palabras que tantas veces le he oído, una vez pude sentirlas horizontales. Pero, y esto es lo verdaderamente importante, desde entonces, cada vez que las escucho, finas y lejanas, gruesas y al oído, cada vez que me las trae un flujo de viento, la corriente continua de la bioquímica o del silicio, todo lo que soy se vuelve apaisado durante un instante, ese instante en que el presente y el horizonte se enredan en equilibrio.

Y por eso manifiesto que tengo la intención recursiva de cambiar a horizontal la postura de mi vocabulario cada vez que nos encontremos en cualquier realidad vertical, oblicua o con forma de muelle. Porque estoy seguro de que la postura de nuestra palabra, siempre es la misma que la del corazón que nos escucha.

Aridandantemente

Sigo
solo me sigo
y en otro absorto otro beodo lodo baldío
por neuroyertos rumbos horas opio desfondes
me persigo
junto a tan tantas otras bellas concas corolas erolocas
entre fugaces muertes sin memoria
y a tantos otros otros grasos ceros costrudos que me opan
mientras sigo y me sigo
y me recontrasigo
de un extremo a otro estero
aridandantemente
sin estar ya conmigo ni ser un otro otro

@(Oliverio Girondo, En la másmedula, 1956)