Una amiga lejana del otro lado, le confesaba, allá por las horas oscuras de los sueños:

«Cuánto más quiero olvidarle, más se me agarra en el pecho. Es un callejón sin salida».

Y él, consciente de que no hay salida para los callejones de los que no se quiere salir, pero sin querer saber nada de olvidos, musitó con letras bajitas:

«no es que no te entienda. Es que no quiero entenderte».

E inmediatamente, cambiaron el tema de la conversación por la estrategia del avestruz.