La tarde temblaba en las agendas con el humor roto por las esquinas de los viajes a ninguna parte. Los pasos de la desgana me fueron llevando lejos de las luces y las transparencias, hacia ese relleno metálico de coches aparcados en la urgencia de la mansedumbre.
Me asomé muchas veces a tu ventana, harto de mirar al suelo y a los semáforos que abren y cierran el grifo de la melancolía, hasta que, por una hendidura de la calle, entreví tu silueta abierta y desnuda.
Entonces, la tarde, la tarde inmensa, se hizo más grande que nunca, consiguió inflarse de minutos perdidos hasta explotar y lanzarme contra la piedra. Cuanto más se corre, cuanto más deprisa se mueve el deseo hacia los bordes, más crece la rabia del entreacto y la palabra se aproxima inexorable a su significado justo.
La tarde dejó de temblar cuando me hice viejo y supe que la tarde no terminaría en noche, que era una tarde que no acabaría nunca y que siempre sería tarde.
El amor difícil
Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente…
PEDRO SALINAS
Quizá tú no me viste,
quizá nadie me viese tan perdido,
tan frío en esta esquina. Pero el viento
pensó que yo era piedra
y quiso con mi cuerpo deshacerse.
Si pudiera encontrarte,
quizá, si te encontrase, yo sabría
explicarme contigo.
Pero bares abiertos y cerrados,
calles de noche y día,
estaciones sin público,
barrios enteros con su gente, luces,
teléfonos, pasillos y esta esquina,
nada saben de ti.
Y cuando el viento quiere destruirse
me busca por la puerta de tu casa.
Yo le repito al viento
que si al fin te encontrase,
que si tú aparecieses, yo sabría
explicarme contigo.@(Luís García Montero, Habitaciones separadas, 1994)
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