Por si noto que se van borrando las huellas

y el hilo se transparenta con la luz envenenada

de los días pretéritos,

que no se me acabe la saliva.

Quiero permanecer en este sube y baja

que nos ofrece el tiempo de ascensores en el estómago,

cuando las pieles eléctricas alternan

minutos de neón y sombra de velas.

Por si notas en tus costados

que mis manos ya no revolotean la pendiente,

por si sientes que tu pecho no tiembla de alboroto

con la mosca insistente de mis labios

y que no vienen soplos para tus vértices

rezumando gemidos como mandala,

que no se te acabe la saliva.

Hagamos que vuelva

el tiempo de las transfusiones de hálito,

la confusión de bocas, el silabario del deseo

pronunciado en carne viva, dejemos que ardan

los muslos contrariados por la vestimenta,

las lenguas comprimidas entre los pliegues,

las manos entrecruzadas en el porvenir.

Y luego demos un pequeño paso, una última palabra

que se susurra, una diapasón tañido

entre dos pechos, un arma de doble filo

que penetra la hendidura complacida,

una pelota que rebota felizmente hasta el espasmo,

una piel acariciando dos manos abiertas.

Por si noto que me faltas, quiero

que no dejes que se me acabe nunca

la saliva, no consientas

que tu piel deje de rayarme los sueños

como una marca de agua,

ni quieras que tu boca se me extinga

en el incendio inútil de la tinta

o en palabras de azucarillo

impregnadas de distancia.

Verdad siempre

A Manuel Altolaguirre

Sí, sí, es verdad, es la única verdad;
ojos entreabiertos, luz nacida,
pensamiento o sollozo, clave o alma,
este velar, este aprender la dicha,
este saber que el día no es espina,
sino verdad, oh suavidad. Te quiero.
Escúchame. Cuando el silencio no existía,
cuando tú eras ya cuerpo y yo la muerte,
entonces, cuando el día.

Noche, bondad, oh lucha, noche, noche.
Bajo clamor o senos, bajo azúcar,
entre dolor o sólo la saliva,
allí entre la mentira sí esperada,
noche, noche, lo ardiente o el desierto.

(Vicente Aleixandre, Espadas como labios, 1931)