Entonces llegan las horas quedas
del entreacto del mediodía,
cuando se para la vida y apetece siesta.
Nos subimos a hurtadillas
al hogar del ascensor
para que sea de tu cuerpo el sudor
que me escurre por las costillas.
Para entrar en tu propio cielo ardiente,
quedarme encendido y mojado,
surtido y derramado, libremente encerrado
entre tus dos sonrisas diferentes
y perpendiculares.
Y aunque odio los veranos circulares
y el angosto calor de este sol,
me gusta cuando llega matando nubes,
mientras pasa la vida despacio,
mientras pasamos al amor,
pidiendo que te queme yo,
deseando que tú me sudes.
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