Ha perdido su anillo y anda como loco buscándolo. Ha revisado los muebles del cuarto de baño, la mesa de su escritorio, los cajones, todo…
Ha perdido su anillo y aunque no llora como el lagarto, en su cara puede verse el desconsuelo. Ha vaciado y vuelto a llenar todos los bolsillos, ha hecho un examen de todo lo que hizo y se ha dedicado a repetirlo, por si en la memoria de los gestos pudiera encontrar algún rastro que le indique su paradero.
Me ha llevado a desandar mirando en los brillos del suelo todos los pasos que dio mirando al cielo. Se ha encogido en el asiento del coche y se ha hecho un ovillo mientras se apretaba el dedo que ahora le parece desnudo.
No me resulta nada agradable verlo navegar sin rumbo en busca de su anillo, no puedo evitar que me arrastre a una desolación compasiva, porque la tristeza se contagia igual que se contagia la alegría.
Ha perdido su primer anillo a los quince años, no hay consuelo posible para el él que es ahora. Todavía no sabe nada y quizá sea mejor que aún no lo sepa.
Yo tampoco sé nada, ni quiero saberlo. Y sin embargo, al verlo así, al verme como yo era, al recordar el paso de los años, presiento que, tarde o temprano, perdemos todos los anillos que alguna vez hemos tenido en la mano.
Recubrimos algunas cosas, casi sin querer, como sedimento que deja el torrente de la vida, con una fina capa de amor depositado; de ese mismo amor simbólico que nos devuelven las cosas cuando las apretamos en las noches oscuras y dejamos de sentirnos solos.
Todos los días me pierdo en este anillo, alegremente; pero el día que este anillo me pierda a mí, yo también lloraré como lagarto mientras un cielo grande y sin gente monta en su globo a los pájaros.
Los obstinados
«El aire es inmortal. La piedra inerte…»
F. G. LorcaAl fondo de rincones escondidos
crecen flores ocultas entre hierba.Hay raíces clavadas a la piedra
que aguardan impertérritas la lluvia.Al sur del los veranos agostados
se oye la seca espera de los pozos.Tanta belleza vive, tanto amor…
Bajo la nieve sueñan los caminos
con los días azules del deshielo.(Irene Sánchez Carrón, Escenas principales de un actor secundario, 2000)
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