Tiempos de angustia me llevo en este cargamento.
Nunca estuve allí 23 es el relato de cómo me vi envejecer de golpe, aprovechando también el título de una película que me gustó mucho «El hombre que nunca estuvo allí» y que trataba sobre un barbero fumador americano que casi no hablaba.
No es que eche de menos aquel periodo intenso, pero hay momentos en la vida que te hacen ver con claridad lo que pasa a tu alrededor y cual es el sitio que quieres tener en el mundo.
Siempre estamos en tránsito24 (como aquel fantástico disco de Serrat), pero algunas veces, por fin, sabemos hacia donde queremos ir y qué es eso que echamos tanto de menos.
Y puede suceder que nos damos cuenta con estupor y tristeza, que ya no nos pasa nada grave.
Aprendí a hablar solo hace ya mucho tiempo. Creo que desde siempre he hablado solo6.
Lo nuevo fue hacerlo en voz alta. De ahí que me lleve para la mudanza este soliloquio10 que tanto bien me hizo, aunque hace meses que ya no lo necesito. Me lo llevo por si acaso vinieran otra vez tiempos de angustia.
A pesar de los versos de Machado, pensaba que era cosa de locos. Y es que tal vez yo lo estaba. Pero, al irse desgastando la saliva sin interrupciones330, sin ojos de plato que te escuchen como jueces, parece convertirse poco a poco en un bálsamo para las dudas.
Y el paisaje hace el resto. Engulle los dobleces del corazón y los nudos de la memoria que uno va soltando paso a paso mientras recorre la tarde equivocada64.
Si pudiera, también empaquetaría para llevarme aquel río.
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