Por mi condición de hombre, preguntas por el canalla, temes al mentiroso, te guardas de mis silencios y te escondes en ese lado femenino al que nunca llego. Te burlas suavemente, a veces, de mi falta de destreza y, otras veces, de la fuerza que no tengo.
Y yo, sin embargo, sé que no puedo con la carga de arrastrar mis ruinas, que convierto en bengalas mis pupilas dilatadas por la fiebre, que me agazapo en tus palabras para darte el espacio convenido. Y yo, sin embargo, vivo en tu lado masculino.
Por mi condición de solitario, estiras el hilo hasta que cruje el poliuretano, te abalanzas en pastillas sobre mis noches en vela, haces tartamudear los teléfonos en los semáforos impacientes y exhibes el confort de tu paraguas de manos justo después de cada lluvia que me cae.
Y yo, sin embargo, te agarroto los pentagramas de la deriva, engarzo libélulas en tus mejillas inmaculadas y voy devanándote madejas infinitas de versos, mojados en la tesitura de voz de un alcohólico sin nombre.
Por mi condición de desparejado, te desligas de los pliegues caóticos de las sábanas de la vigilia, te vendas los ojos fosforescentes en los porteros automáticos de la tarde y me escondes los vaivenes del buzón con las ofertas de la semana.
Y yo, sin embargo, apenas llego a la entrada de los anillos, en vano me diluyo en la sopa cotidiana de la pereza y me escindo en caminatas contra el colesterol que no resuelven ni el anuncio del sudor ni la parsimonia de las pestañas.
Por mi condición de tipo con letras, me miras como a una metáfora rota por el abuso, me tocas las rimas hasta que se desafina el mensaje, me enciendes el destino con un vaso de agua. Me espantas la lujuria embotellada en pronombres y me encandilas los poemas con la luz de las pantallas.
Y yo, sin embargo, tecleo mansamente los sueños de cuarenta y siete peces de acuario, recito las vísceras de los doce candelabros que se han ido apagando poco a poco en la cena y remuevo progresivamente las trescientas sesenta y cinco tazas de soledad con leche que me ha tocado digerir en la escena del hombre tranquilo.
Y yo, que dejé de ser una incógnita para convertirme en incertidumbre, a fuerza de estar en las condiciones en las que me ves, ahora soy una hipótesis. Una intrincada hipótesis genérica que busca descansar en un teorema.
Para demostrarme la vida palmo a palmo, tanto me busco como contraejemplo en los días sin conciencia, que llego a las noches por reducción al absurdo y al espanto.
Y tú, sin embargo, no me preguntas nunca por ti, que eres las alas rotas de mi condición de pájaro. Condición de pájaro que no sabe soplarle con ausencia a tantas velas, en un solo cumpleaños.
El pozo salvaje
Por más que aburras esa melodía
monótona y brumosa de la vida diaria,
y que te amansa;
por más lobo sin dientes que te creas;
por más sabiduría y experiencia y paz de espíritu;
por más orden con que hayas decorado las paredes,
por más edad que la edad te haya dado,
por muchas otras vidas que los libros te alcancen,
y añade lo que quieras a esta lista,
hay un pozo salvaje al fondo de ti mismo,
un lugar que es tan tuyo como tu propia muerte.
Es de piedra y de noche, y de fuego y de lágrimas.
En sus aguas dudosas
reposa desde siempre lo que no está dormido,
un remoto lugar donde se fraguan
las abominaciones y los sueños,
la traición y los crímenes.
Es el pozo de lo que eres capaz
y en él duermen reptiles, y un fulgor
y una profunda espera.
En tu rostro también, y tú eres ese pozo.Ya sé que lo sabías. Por lo tanto,
Acepta, brinda y bebe.(Carlos Marzal, Los países nocturnos, 1996)
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