Para una criatura nocturna, madrugar siempre es un mal comienzo. El aire vuelve a sentirse en los pulmones, la luz atraviesa los sueños hasta llegar a los párpados y, lentamente, el cuerpo se hace consciente y se enfrenta de nuevo al efecto de la gravedad.
Y luego, el agua caliente termina de descorrer el velo de este paréntesis, dejando que escurran, en el azar de las últimas gotas, las huellas viscosas que quedan de sueño. Cerrando el día de ayer con la humedad de la piel envuelta en la toalla.
Aromas a nuevo día, a rutinas que vuelven, llamadas al orden para no olvidarse los aperos. El peso del reloj que no alivia la carga ni aligera los pies, ni protege del frío que penetra en los huesos cuando se cierra la puerta de casa y se dejan dentro, congeladas, las partes de vida que no se pueden llevar en los bolsillos.
Es este maldito primer paso el que se me resiste. Luego sé que la cosa no será tan grave, que todo es vida. Llevo un rato dando vueltas para no terminar este texto, como si así pudiera alargar el momento y quedarme en la víspera.
No es sano pensar para compensar, ni para dispensar la energía que nos queda en las dosis convenientes. Hay que ponerla toda. Y a mí me toca ahora, aunque sin gana, cerrar paréntesis.
No sé viajar sin ti
Deshice la maleta. Fue saliendo
doblada una ciudad con voz de lluvia.
De las perchas colgaron
los cielo rotos y la luz sumisa.
Ordené las preguntas
en la parte derecha del cajón
y a la izquierda dispuse un restaurante,
una mesa sin hambre y sin rumor de sábanas
para cenar cansado de estar solo.Luego bajé a la calle.
En la esquina arrugada de una chaqueta negra
me detuve a mirar
la luna de las ropas interiores.
Dolía el pasaporte en el bolsillo
igual que los extraños y las tiendas cerradas.
Quise llamar un taxi. No levanté la mano.
Se paró junto a mí la desventura
de una ciudad vacía.A media noche estaba a medio ser
en medio de la nada.No sé viajar sin ti,
ni contarte las cosas por teléfono.(Luis García Montero)