Porque llegó el tiempo de cambiar el pájaro en mano por los ciento volando, he pedido once veces al año nuevo que me enseñe a volar.
Que sé que tendré que caer si me dedico a sentir la brisa en el rostro, a comer uvas entre desconocidos, a contar los pasos que doy en círculos.
Que sé que tendré que caer si es que al final vuelo, pues el hombre está hecho para el ras del suelo y no para mirar las nubes, ni siquiera las de su cabeza.
Pero quiero notar el vértigo, el calor y el frío, la lucha de los cuerpos que enciende las noches, las alas rotas que sobresalen de los abrigos y mirar al horizonte desde mucho más arriba que lo que puede esta torpe criatura que siempre soy.
Once deseos imposibles, once deseos de aprender a volar, once deseos de que vueles conmigo. Y once veces he pedido que, si tengo que caer tarde o temprano, que sea desde lo más alto, sin miedo, que me parta los huesos con la sonrisa de las lágrimas de haber tocado el cielo con mis manos.
Aviones, helicópteros, globos, subir al mástil, a la torre Eiffel, al piso cuarenta y siete de mi vida, hacer parapente desde la sierra, montarme en un telecabina, asomarme al balcón de tu escote, mirar al precipicio de tus ojos y subirme a tu piel.
Y el deseo doce, siempre es el mismo todos los años. He vuelto a pedirle como último deseo que se me olviden los otros once. Ya sabes, por si acaso.
Don del vuelo
Y ahora que desperté sin calendario
a las puertas de un cielo terrenal
qué vas a hacer conmigo si no atiendo a razones,
si me entregué sin más a la algarada
de esta felicidad sin qué ni fundamento,
si el saludo se me vuelve pájaro en la mano
y los ciento volando
hacen cola para posarse en mi ventana,
si me declaro en fuga
tras la eléctrica chispa que aguarda en el instante,
si hablo como quien canta
en las crines del pulso secreto de las olas,
amenazo arrastrarte en un alud de espuma
y mis dedos te cercan, antorchas navegantes,
y se te caen las hojas amarillas,
y al contacto tu piel prende en mi abrazo,
qué vas a hacer conmigo sino entregarte entera,
desarraigarte toda
hasta que a las raíces les brote el don del vuelo,
levar anclas, surcar la ingravidez
preñada de centellas, con las manos
tendidas al encuentro, ven conmigo,
con rumor de campanas sobrevolemos los jardines,
ha llegado la hora, vamos, ven
a conocer la risa de los ángeles.(Eduardo García, La vida nueva, 2008)
Deja una respuesta