El tipo gordo no, ese no. Ni aunque me lo quieran pintar con barbas de quita y pon, ni por mucho que entienda de chimeneas, no.
Que si los renos, que si los duendes, que si el trineo. No, a mí no me la van a dar con queso, no. A pesar de que me amenacen con que no haya regalos, ni que intenten asustarme con que todo lo ve, no. Yo no creo en Santa Klaus, por mucho que cante Luis Miguel con sus dientes blancos que llegó a la ciudad.
En los Reyes Magos, bueno, tal vez crea un poco. Más que nada, por complacer al niño que llevo dentro, porque prefiero los camellos a los renos, porque tiran a dar con los caramelos en las cabalgatas.
Pero tampoco es que crea del todo, que no me fío de los carteros que no llaman dos veces, que eso de que son «reyes» habría que verlo, que mira que ir detrás de una estrella… Bueno, eso sí, eso sí que me lo creo, porque alguna vez, yo mismo, he ido en pos de alguna, incluso de día, que es aún peor.
Pero lo de los pajes, los sacos de juguetes y que haya que dejarles algo de beber a los camellos, eso son bobadas. ¿Cómo van a estar en todas partes a la vez, en todas las cabalgatas, en todas las tiendas, en todas las casas? ¡Pamplinas!
Aunque la historia es muy bonita, un niño que nace, un río, ovejitas, pastorcillos que decoran muy bien el paisaje… No, si la historia es bonita, y eso de perseguir estrellas, ahora que recuerdo, fue precioso… Pero vamos, vamos, hay que dejarse de rollos. ¡Qué no!
Ni Santa Klaus, ni Reyes Magos, ni las tiendas de Hipercor, no se puede ser tan crédulo. Aunque, y eso es cierto, quien no cree en algo, no escapa de tener una creencia, que, al fin y al cabo, es tan increíble como cualquier otra. No creer, también es creer.
Y por eso, yo, ya sólo creo en Mamá Noel, porque es de carne y hueso. ¡Qué bien le sienta el rojo sobre el blanco! ¡Qué sensación la de ir escuchando las pisadas de sus botas de tacón! ¡Qué bien puesto el cinturón y, sin embargo, con qué facilidad se desata!
Ni reyes, ni santa, yo sólo creo en Mamá Noel. Y el único deseo que le pido, el único que se le puede pedir y espera que te lo conceda, es que venga, y que al venir convierta cualquier noche en Nochebuena y que cuando uno se despierte, en mitad del calendario, encuentre ese suave perfume a Navidad que dejan los caramelos de la piel sobre las sábanas.
Y que cuando venga, se deje de ventanas ni de chimeneas. Prefiero que toque al timbre.
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