Amaneció un día sin hojas secas revueltas por el frío o por la distancia, un día sin miedo, y yo quise pintarlo de antiguo, de cuando buscaba rosas en mayo.

La mañana se hizo suspiro sobre las rayas horizontales de la camisa, alrededor de la espiral de los volantes, mientras se apartaban las montañas dejando paso.

Pero al llegar me persiguen los silencios, todos los silencios propios y ajenos me persiguen. Todas las paradas, los semáforos, los atascos me atenazan la saliva, el corazón me palpita como una bomba, todas las manos se me llenan de bolsillos y me persiguen todos los humos del silencio, todas las esquinas que guardan algún secreto.

Es verdad que mi corazón silencioso es un verso roto e incontable, un corazón que nunca rima, que hace grumos inútiles cuando se revuelve y salpica el pasado.

Es verdad que todos mis pasos penden del hilo de una carcajada que flota en el aire, que respiro sin estilo, que mis secretos son bromas ya muy conocidas, que la luz, en donde veo destellos, no me impide equivocarme ni que me duelan contra el suelo las rodillas.

Pero también es cierto que las hojas secas pueden llegar a todos los caminos y venir de todas partes, así que resoplemos fuerte, tropecemos erguidos, mantengamos en equilibrio las heridas y el cansancio, y desarruguemos la frente.

Nadie está a salvo, no es bueno confiarse, porque desde cualquier vida que uno cuente ¡es tan sencillo despeñarse!