Menudo lío hay con los calcetines sueltos. Se revuelven en la lavadora y, aunque dios los críe, ellos solos no se juntan. Necesitan ayuda, más de la que parece.

Son prácticamente iguales, todos azules, pero diferentes, apenas matices del color, las rayitas más o menos juntas, el borde superior más o menos ancho, mejor conservados o peor. Y claro, algunos ya con el tejido clareado y otros con pelotitas.

Hay que extenderlos todos sobre la mesa, ya recogidos del tendedero, e ir haciendo parejas por el color. Pero se duda de vez en cuando… ¡se parecen tanto! Nunca se sabe si aquellos que se juntan son los más adecuados o no.

Estoy pensando crear un programa en internet para facilitarles la tarea. Lo mejor, creo, es que ellos se hagan su propio perfil, que se definan bobamente con cuatro frasecitas hechas, que pongan una foto de hace cinco años, cuando aún no tenían ni tomates ni rozaduras y que se pongan en contacto.

Sí, sí, que contacten y se miren de arriba abajo o a los ojos, que se enrollen y terminen liados y con las bocas juntas, y que luego decidan qué hacer. Que se dediquen los viernes a ir al mismo paso, al mismo coche o al mismo rellano. Y allá ellos si se quedan lioteados debajo del mismo lado de la cama.

Igual hay algún sitio en internet en dónde apuntarlos y así dejar que se junten ellos solos después de cada fregado en el que se metan. Que se equivoquen ellos solitos y a mí, que me dejen en paz.

Y si la cosa no va, que si luego no se llaman, que si te vi no me acuerdo, que si vamos a cambiar de pie, que no me lluevan las quejas.

A veces me pregunto si no será mejor para todos que sigan sueltos. Que en vez de emparejar calcetines cosa que, al fin y al cabo, no sirve para nada porque entre los zapatos y los vaqueros ni siquiera se ven, en vez de emparejar calcetines, prefiero hacer algo más útil y que me gusta más: contar estrellas.

O buscar diamantes en un pecho. O cantar al oído muy bajito, pero con el corazón a grito «pelao».

Completamente viernes

Por detergentes y lavavajillas
por libros desordenados y escobas en el suelo
por los cristales limpios, por la mesa
sin papeles, libretas no bolígrafos,
por los sillones sin periódicos
quien se acerca a mi casa
puede encontrar un día
completamente viernes.
Como yo me lo encuentro
cuando salgo a la calle
y está la catedral
tomada por el mundo de los vivos
y en el supermercado
junio se hace botella de ginebra
embutidos y postre,
abanico de luz en el quiosco
de la floristería,
ciudad que se desnuda completamente viernes.
Así mi cuerpo
que se hace memoria de tu cuerpo
y te presiente
en la inquietud de todo lo que toca,
en el mando distancia de la música,
en el papel de la revista,
en el hielo deshecho
igual que se deshace una mañana
completamente viernes.
Cuando se abre la puerta de la calle,
la nevera adivina lo que supo mi cuerpo
y sugiere otros título para este poema:
completamente tú,
mañana de regreso, el buen amor,
la buena compañía.

(Luís García Montero, Completamente viernes, 1998)