La tarde se vuelve una mentira líquida cuando firmo el contrato de los patios con el humo. Me cae gris el plomo de los relojes, como el sofá de la lámpara cuando no tiene nadie al otro lado, y las palabras se hacen esquirlas en la mesa prestada a las hojas de los libros.
Espero que la sombra del piano mate el brillo de las pantallas y se detenga apaisada y sutil sobre la tarde. El amor que duerme en los móviles palpita con un silencio de batería baja.
Lo que el viento no se lleva es un oleaje que nunca está en calma pero que no sabe levantar espuma. Vuelve la tarde a las teclas negras de letras blancas después de dejar caer la mirada perdida a los pies del mismo punto de fuga. El óxido del tiempo va pudriendo mi corazón doméstico que se arrastra en zapatillas.
Colecciono tardes que se vuelven mentiras líquidas que chorrean despacio por las paredes desnudas. Me las bebo a sorbos redondos que rebotan en los labios de cristal de la memoria de las cosas que menos se encuentran cuanto más se buscan.
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