Esperaba su turno —todo es esperar— en el sofá de la peluquería de caballeros que antes era barbería a secas. El periódico bramaba asuntos de la guerra, noticias fúnebres, malos tratos mal prevenidos. Más adelante, las páginas escupían cifras y gráficos para demostrar que los que saben hacer bien las cosas siempre son los que no mandan. Y luego deporte, el único deporte, los únicos equipos.

Dejó el periódico en la mesilla, descartó el Hola —por inconfesables razones de género— y vio en la portada de Interviú a una chica desconocida, pero muy mona, con un tatuaje precioso que le redibujaba el cuerpo. Y leyó vagamente, que es un decir, mientras hojeaba desnudos y pezones.

Al principio, la frase le repelió, como una cucharada de vinagre, y después de pasar todas la tetas, digo todas las hojas del reportaje, cerró la revista y siguió esperando.

Pero mientras se miraba en el espejo y se aislaba de las maniobras que el peluquero hacía para que pareciese mejor persona, le estuvo dando vueltas a la frase; y también a las tetas, pero ya menos, que los pechos de papel brillan sólo un momento y luego se apagan.

Antes de que un golpecito en los hombros le anunciase que ya no había nada más que poder hacer por su pelo, convino consigo mismo que para ser feliz, lo más importante es saber soñar sueños pequeñitos, posibles, de los de andar por casa.

Y también estuvo de acuerdo en que hay sueños que son imposibles, por muy bonitos que se vean brillar. Y esos sueños también hay que tenerlos pero, como dice el poeta, durmiendo en camas separadas para no volverse ingenuo.

Claro que, una vez que ya se es ingenuo, ¿qué más da si a medianoche los sueños se despiertan y se vienen a tu cama?

Hay sueños muy bonitos, pero que son imposibles. Hay que tenerlos, pero no hacerles caso. Al salir por la puerta, se prometió a sí mismo que tenía que dejar de soñar con salir desnudo en las portadas. Era su sueño, pero hay que mandarlo a dormir en habitaciones separadas.

Y seguir esperando turno.