Amar la trama, pero esperar un desenlace.
El ser humano no sabe vivir el presente. Uno espera que esta noche, cuando cierre los ojos al sueño, que es como una muerte de juguete, no sea la última vez que los cierre.
En el primer nivel de concreción uno espera vivir, tener sueños que se cumplan, transgredir la frontera infranqueable del más tarde. Crecer y multiplicarse, dividir y vencer. La vida no pone normas, decía Benedetti, pero el paso del tiempo sí. El azar dicta órdenes y decretos inviolables, contra los que el desacato no sirve de nada. Sobrevivir es la principal ley orgánica.
El segundo nivel consiste en esperar que haya alguien al otro lado. Inventarlo con cuidado, definirlo en base a ciertos estereotipos aprendidos y manoseados por el ambiente. Se sopesan los pasos, las direcciones, los esfuerzos. Se vaticina lo imprevisto y, cuando no sucede, uno se empeña en volver a vaticinarlo. Agoreros todos, rebuscamos entre los otros a alguien que nos dé la razón, una razón, todas las razones… Sobre todo, para vivir.
Y entonces se hacen planes, se buscan objetivos, se rellena la agenda con menudencias y cuestiones laborales. Se progresa o no, se planifica y se incumplen los plazos. Mañana siempre es una parte de hoy, indisoluble, inseparable. Vivir necesita calendario.
En el tercer nivel hay que adaptarse al nivel madurativo de los acontecimientos, a las características del entorno, a los altibajos de la Gran Noria y a sus pellizcos en el estómago. Nos da por evaluarlo todo con criterios cambiantes, por programar la felicidad venidera y ponerle coto.
Nos proponemos actividades a corto plazo y tomamos café o salimos al encuentro del humo empaquetado. Se nos cierran los ojos con el ruido monótono del engranaje de los días y concluimos los ciclos sin haberlos saboreado.
En el tercer nivel, hay que estar muy despiertos para convencer al sueño, muy cansados para llamar a la calma, muy ajetreados para buscar un momento de sosiego.
En este tercer nivel en el que me hallo, como tutor de mí mismo y de quienes me rodean, propongo dejar de temporalizar la felicidad y disfrutarla cuando me llegue. Reír como instrumento y como meta, soñar como método y como estrategia, sentir como principio y como fin.
Y concluir con un poema, que eso siempre queda muy bien en las programaciones de cero a tres años que sólo ambicionan no aplazar el minuto de cielo que cada día me escondes, cruzado, entre tus manecillas.
Caricias cruzadas
Comencé una caricia el jueves por la tarde,
pero sonó el teléfono, llamaron a la puerta,
la caricia se quedó aplazada.También otras caricias quedaron en suspenso
para seguir más tarde, después, al día siguiente:
las caricias se enredan, las que están acabando
con las que empiezan hoy, aquellas que se alargan
ocupando semanas con aquellas que duran
décimas de segundo.Contigo las caricias empiezan, no se agotan,
nunca acaban, parecen
conversaciones que se cruzan,
palabras que nos llevan.@(José Carlos Rosales, Poemas a Milena, 2010)
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