Por los pies de la mañana me muevo hacia el derribo. Horas que no conocía me conducen por un camino distinto y desangelado.

Las rodillas se le inflaman al día, los muslos desaparecen entre las sillas escribiendo un anecdotario y el sexo de las palabras se divierte con juegos de mesa.

El estómago del mediodía me digiere lentamente, me pesa, se resiste a la ingravidez, se anuda en el silencio y se llena de nada.

El pecho de la tarde atraviesa el sopor, se entrecruza con las manos, como en actitud de espera impasible o de desesperación calculada.

Por el cuello de botella anochecen las ganas, el tumulto de los coches que aparcan en doble fila gana el trago y me aprieta la corbata de la ducha fría y sus alfileres.

La boca de la noche se abre y se cierra sobre las ventanas cansadas, el aire que entra es respiración pero asfixia, bares que gritan con bombonas de miedo le taponan la nariz al horizonte.

Los ojos de la cama se cierran a un sueño despierto, liviano, inquieto de palabras. La frente de la almohada suda por entre las sábanas el agotamiento de los tiempos.

Ahora los días me vienen boca abajo y, cuando al final me duermo rozando las orejas de los sueños y el cabello de un naufragio, sé que mañana volverá a amanecerme por los pies.

Los días inversos no tienen labios, ni lengua, ni manos, ni nada que ganar o que perder.

Porque los ojos

Porque los ojos los ensucia el tiempo
apenas reconoces la luz
de la mañana. Pero a tu puerta
insiste
la terca claridad.

Como perro
que sabe

que lo que fuera amor
no entiende olvido.

(Ada Salas, El lugar de la Derrota, 2003)

Y para qué esta herida

Y para qué esta herida

esta abertura umbilical
por donde entra y sale
la claridad del mundo

si no me quedan nombres
ya

de tanta transparencia.

(Ada Salas, El lugar de la Derrota, 2003)