Nada se sabe de la suerte. Yo volvía, después de aparcar el coche allende los descampados, yo volvía de pésimo humor.
El día empezó temprano y se fue torciendo con cada tornillo, se me fue clavando con cada puntilla, se me fue alejando en cada kilómetro.
Yo volvía —nadie sabe nada de la suerte—, yo volvía cuando al meter la mano en el bolsillo, eché en falta el móvil. «¡Me lo he dejado en el coche! ¡mierda!», pensé al percatarme de que me tocaba repetir la caminata.
El día se fue haciendo más oscuro conforme avanzaba la noche y yo volvía sin saber nada de la suerte. Volvía de mal talante, enfadado y cansado, sudoroso e incómodo.
Ella, en cambio, simplemente estaba. En la parada del autobús, hablando por teléfono. Cuando el autobús abrió la puerta subió indolentemente sin dejar el teléfono.
Entonces, cuando menos sabía yo de la suerte, un chico joven apartó su coche, salió a la carrera y, poniéndose delante del autobús para que no pudiera irse, empezó a llamar a la chica entre sollozos.
—Pero que haces Mari… ¿por qué te vas?… Ya la tenemos otra vez… ¡Bájate, por favor!… No me dejes… No puedo vivir sin ti…
Ella no dejaba el teléfono, miraba para otra parte y el conductor del autobús hizo uso de su claxon para aumentar la tensión de la escena.
El chico, después de dos angustiosos minutos de rogativas y pitidos, se dio por vencido y se apartó muy lentamente. El autobús partió con un chirrido y el coche no tardó mucho en desaparecer.
El móvil estaba en el coche —no sé nada de la suerte—, pero yo volvía. Volvía de nuevo pensando que nadie sabe nada de la suerte, que no sabemos en que autobús nos tocará montarnos o quedarnos en tierra.
Yo volvía de un día malo, después del cansancio y de anular una cita festiva, cargado desde la lejanía con herramientas y mala memoria.
Volvía pensando —no se sabe nada de la suerte— en el número que tendrá mi autobús y en el frío que azotará la parada. Y volvía pensando si estaré dentro, hablando por teléfono, o fuera, derramando lágrimas.
Volvía yo en mis pensamientos, nada se sabe de la suerte, cuando el móvil sonó en mi bolsillo. Pero no, no había a la vista ningún autobús…
Deja una respuesta