La tristeza, dicen, le sienta bien a la poesía. Admito que suele estar rebosante de palabras no dichas que se atascan y lían nudos y envenenan sueños.
Es verdad que la tristeza impele con una fuerza desoladora un vómito profundo, una tos amarga, un difícil y lento cólico de frío que apenas permite respirar.
Pero la tristeza del poema no depende de la pluma que lo escribe, ni de las metáforas empleadas, ni del gesto adusto que se adopta, como ademán, al declamarla.
La poesía no nace triste, ni siquiera cuando las palabras que se usan en los versos lo dicen en primera persona. Porque sí, yo estoy triste, pero este poema no. No lo creas ni por un segundo, porque surge, ya sé que suena raro, de la alegría de haberte encontrado y poder escribirte, allí, donde estés, cuando estés, al otro lado de ti.
Los dos
A veces te quiero tanto
que te llamo sin hablarte
con ese silencio impenetrable,
el más ignominioso
de los silencios.
A veces tú no me quieres tanto
que me llamas impaciente
con aquel grito terrible,
el más fuerte de los silencios.
Y todas las paradojas
del mundo respetan la nuestra.
Y los dos seguimos
guardando silencio.
Y tú y yo nos queremos tanto.(Antonio Álvarez Bürger)
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