Contaba yo la peripecia de lo extraordinario. Eso que, alguna vez, los niños pequeños que sólo viven de sus sueños, dibujan en papeles que el tiempo amarillea.

El tiempo amarillea cada instante, pero cada instante es extraordinario, aunque cuesta reconocerlo por entre las rutinas y las leyes de la física. Cuesta reconocerlo escondido en los recovecos de un corazón que, meses después, enseña las lágrimas que se tragó tras la noticia y su sorpresa.

Su sorpresa, pero también la mía en mitad de una autovía, cuando —y ya es raro— no había ningún coche delante hasta donde se perdían la vista y el asfalto. Casualidad que me entró por el espejo retrovisor cuando —y ya es raro— quise cambiar de carril para afrontar un trayecto distinto.

Un trayecto distinto de quien se asombra de lo cotidiano cuando lo pinta el azar. De los caprichos de la entropía cuando —y ya es raro— los ocho coches que me perseguían se pintaron de rojo, del mismo rojo que el coche en el que yo iba.

Yo iba contándole la peripecia mientras la llevaba por la misma autovía hacia su lugar en el mundo, cuando —y no es nada raro— me entraron por el retrovisor sus ojos azules inmensos. Entonces, ella, respondiendo al entusiasmo de algo tan extraordinario que resulta inútil, hizo una exclamación con la sonrisa de su madre puesta en la boca.

Puesta en la boca como cuando —y ya no debe parecer tan raro— me explicó: «Quiere decir que no me impresiona lo que me estás contando, pero tampoco quiero que te quedes con cara de tonto». Y, efectivamente, no me sentí un tonto que cuenta lo cotidiano como si fuese extraordinario, sino como alguien que mira el mundo con otros ojos.

Con otros ojos, con esos ojos con los que habría sido imposible no sonreírle a su respuesta. «Guala» significa mucho más de lo que parece.

Mucho más de lo que parece, dejarse querer es un modo de querer. Como es otro modo de querer ese dejarse agradar que flota a veces en el aire de un coche atado a un mismo trayecto de la autovía que se repite incansable.

Se repite incansable mi corazón cuando me exige rumiar los actos de amor que me sacuden. Porque agradar y dejarse agradar son la misma forma de quererse. Y eso es lo extraordinario.

Lo extraordinario sería que tú que me lees, también, dijeras para tus adentros ¡guala!, y me siguieras leyendo como siempre me lees. Aunque sé que no te impresiona lo que digo.

Mucho más grave

Todas las parcelas de mi vida tienen algo tuyo
y eso en verdad no es nada extraordinario
vos lo sabés tan objetivamente como yo
sin embargo hay algo que quisiera aclararte
cuando digo todas las parcelas
no me refiero sólo a esto de ahora
a esto de esperarte y aleluya encontrarte
y carajo de perderte
y volverte a encontrar
y ojalá nada más
no me refiero sólo a que de pronto digas
voy a llorar
y yo con un discreto nudo en la garganta
bueno llorá
y que un lindo aguacero invisible nos ampare
y quizá por eso salga enseguida el sol
ni me refiero sólo a que día tras día
aumente el stock de nuestras pequeñas
y decisivas complicidades
o que yo pueda o creerme que puedo
convertir mis reveses en victorias
o me hagas el tierno regalo
de tu más reciente desesperación
no
la cosa es muchísimo más grave
cuando digo todas las parcelas
quiero decir que además de ese dulce cataclismo
también estás reescribiendo mi infancia
esa edad en que uno dice cosas adultas y solemnes
y los solemnes adultos las celebras
y vos en cambio sabés que eso no sirve
quiero decir que estás rearmando mi adolescencia
ese tiempo en que fui un viejo cargado de recelos
y vos sabés en cambio extraer de ese páramo
mi germen de alegría y regarlo mirándolo
quiero decir que estás sacudiendo mi juventud
ese cántaro que nadie tomó nunca en sus manos
esa sombra que nadie arrimó a su sombra
y vos en cambio sabés estremecerla
hasta que empiecen a caer las hojas secas
y quede el armazón de mi verdad sin proezas
quiero decir que estás abrazando mi madurez
esta mezcla de estupor y experiencia
este extraño confín de angustia y nieve
esta bujía que ilumina la muerte
este precipicio de la pobre vida
como ves es más grave
muchísimo más grave
porque con estas o con otras palabras
quiero decir que no sos tan sólo
la querida muchacha que sos
sino también las espléndidas
o cautelosas mujeres
que quise o quiero
porque gracias a vos he descubierto
(dirás que ya era hora
y con razón)
que el amor es una bahía linda y generosa
que se ilumina y se oscurece
según venga la vida
una bahía donde los barcos
llegan y se van
llegan los pájaros y augurios
y se van con sirenas y nubarrones
una bahía linda y generosa
donde los barcos llegan
y se van
pero vos
por favor
no te vayas.

(Mario Benedetti, Poemas de otros, 1974)