Me gustaría olvidar cada noche un recuerdo, diferir un instante, diluir un deseo. Entramar fantasías extrañas en algún lenguaje infalible, para deshacer los destellos de tu mirada y articular, con ellos, una palabra que pueda mantenerte lejos sin clavarme otra lágrima.
Aún fluye la noche sobre tu piel y se te derrama por los ojos. Aún me requeman en la memoria de lo increíble, los acordes del arpa que arañé entre tu pelo. Aún me mueve los pies, aquel baile de sonrojos que anunció con murmullos el comienzo de este sueño inextinguible que no se deja disolver poco a poco.
Es difícil olvidar el cielo cuando se vive entre las nubes. Cuando todo se reviste con ausencias de cristal intermitente. Cuando el breve momento en que no estás se interrumpe siempre con las piruetas de tu nombre en una ventana. Que nunca se cierra ni se abre sin que andes tú detrás, encerrada, quién sabe si para no verme.
Necesito que me hagas un favor, otro más, tal vez el último. Que, un día de estos en que apriete el calor, seas tan amable de dejar de serlo por un instante y me dediques, con tu mejor intención, un frío gesto de desaire.
Porque las manchas de ternura no se borran con azúcar. Sólo se quitan con vinagre.
Por eso es que las despedidas dulces nunca nos funcionaron. No vas a tener más remedio que odiarme.
Poema iv del libro i
Si yo te comentase que la vida es mentira,
háblame del amor o de tu cuerpo,
de la noche contigo.
Y recuérdame luego
los días que son días porque alguien me ama
o acaso
porque tú me prefieres.@(Luís García Montero, Diario cómplice, 1987)
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