Quizás mañana me ocurra una de esas cosas que no me han pasado nunca. Llevo ya, en relativamente poco tiempo, una buena colección. Incluso creo que se aceleran, aumentando esa sensación de que los días se me van escapando por entre los dedos.

Y no todas son malas, qué va, ni pensarlo. De hecho, esas malas, esas que tanto tiempo ignoré con la maravillosa despreocupación de quien cree que solo le pasan a los otros, esas cuya llegada tanto temí en otros momentos, no son tan terribles.

El miedo agranda, como una enorme lupa, todo lo que se ve a su través. Pero luego, sí, duele, no digo que no, pero todo pasa a segundo plano cuando se hace cotidiano y hay que adaptarse. Los seres humanos padecemos muchos sufrimientos, a veces insufribles, intentando evitar otros que nos parecen mayores, pero que luego no lo son.

Eso me dicen, que ya no soy joven, que tengo historia, que mis enfermedades están escritas en el DNI y que ha llegado el tiempo de «es la primera vez que me pasa esto».

Pero si no soy joven, si tengo historia, también tengo planes, sigo pendiente de los sueños, me deshago en proyecciones e intento tomarme esos inconvenientes del DNI con el humor que puedo. Sobre todo, quiero terminar de aprender que es una soberana estupidez sufrir para no sufrir. Si es que toca padecer, al menos, que sea por aquello que quiero, acierte o no.

Pero quisiera dejar constancia que, la mayoría de esas «primeras veces» que ahora me ocurren, han sido agradables antes que traumáticas. Estoy a régimen, pero de tanto en tanto como. Estoy solo, pero de tanto en tanto alguien me pide que mire a la luna con su risa de Chesire. Tengo la tensión alta y sus secuelas, pero cuando me haces reír, se me baja. Igual que se me suben a la cabeza los vapores de tu piel.

El caso es que vivo por la curiosidad de saber qué me está pasando. Cada duda sigue teniendo su paisaje, cada miedo su escenario, cada deseo se topa con la horma de su zapato. Cada día tiene su después. Cada esquina que se dobla trae un misterio que hay que resolver.

No sé por qué, pero el caso es que quizás mañana me ocurra una de esas cosas que no me han pasado nunca. Espero soñarla a tiempo y luego vivirla bien.

Miércoles. Día del espectador

No se descarta que al salir del cine
una pareja cuente con nuevos enemigos.
La película es mala,
las sombras buscan cuerpos para encontrar deseos,
se oyen voces de actores,
imágenes dudosas,
pero los labios son materia viva
en las butacas observadas
y los botones pierden su vergüenza.
Suena un disparo inútil,
la camisa deshecha,
la mano que naufraga entre los muslos.
Se persiguen dos coches por tus hombros
y estalla un edificio,
una lengua de fuego en la ventana,
llamas que desesperan vientre abajo,
el pelo negro por la mano abierta,
negro como la vida en la pantalla,
como el silencio del actor que mira,
del acomodador,
del público encendido.
Ya no tienen edad para estas cosas,
comenta el matrimonio da la última fila.
Y pienso que es verdad. No se descarta,
no se descarta que al salir del cine
una pareja cuente con nuevos enemigos.

(Luís García Montero, Completamente viernes, 1998)