Nerviosos, aturullados por el desconcierto, comenzaron por descorrer las cortinas, mover los muebles y separarlos de las paredes.

Miraron detrás de los cuadros, debajo de la mesa, en el alféizar de la ventana. Se asomaron un poco al umbral de la calle, por si acaso era allí donde estaba.

Levantaron el teclado, los cojines, pasaron la aspiradora y miraron dentro de la bolsa. Palparon los altillos del corazón y de la cocina, el fondo de la despensa, el rincón oscuro del frigorífico y, como último extremo, repasaron las hojas de los libros, los sobres de las cartas y el mueble de la televisión.

Pero nada, no encontraron nada. Lo cierto, lo triste quizá, es que aquello que buscaban, nunca se les hubo perdido.

Marcha atrás. Y ahora, a dejar las cosas otra vez en el mismo sitio: el orgullo de parecer erguidos y la necesidad de no empeorar.

Qué inútil este esfuerzo de cambiar para seguir lo mismo.

Las cosas han cambiado…

Las cosas han cambiado,
y todo sigue igual que ha estado siempre.
Sabías que una vida no era lugar bastante,
para lo que una vida debía merecer,
y hoy sigue sin bastarnos.
Antes no había
lugar al que negar, no había sombra, puerto,
un más allá del viaje donde decir ya basta,
hemos dado por fin con el final del túnel,
y hoy el túnel, el puerto, la sombra y el final
están igual de lejos. Suma y sigue.
En el amor no había
nada distinto al resto de las cosas,
pero sí era distinto
ese juego violento al que apostar la vida,
y que a veces movía las estrellas,
la luz de la conciencia, y al que hoy sigues jugando,
y en él te va la vida.
Las palabras no ofrecen
la nave que abre el mundo, ni hoy ni entonces,
pero algunas palabras, al trazar una historia,
con su amarga belleza, que no nos abre el mundo,
nos lo hacen habitable.
De unos tiempos sin gloria
a otros sin gloria. Tal como sucedía
ayer, quien se equivoca no ha de volver atrás.
Sólo el orgullo nos mantiene en pie,
y el miedo a empeorar en adelante.
Las cosas han cambiado.
Y ni más sabio,
ni deseos más puros,
ni más fuerte.
Todo es igual. Han cambiado las cosas.
Nada de lo que diga importa demasiado,
y todo sigue en el lugar de entonces.

(Carlos Marzal, Los países nocturnos, 1996)