Hablo de la suavidad que crece cuando todo se funde, del calor que difunden las palabras, de las persianas que apenas confunden la luz del sol.
Hablo de un segundo, de una décima, del dolor de los relojes tras el mecanismo de un parpadeo. Hablo del aroma en carne viva, del corazón desarmado y desnudo, del latido que se escapa en un suspiro.
Hablo de las lágrimas que caen sordas y de la sal que destila el desencanto. Hablo de la ceguera de los dedos de tinta y del roce que va dejando su caligrafía ambigua en el lienzo de una piel.
Hablo de la certeza de los sueños horizontales, hablo de la duda de la realidad oblicua, hablo de la mentira de la memoria vertical deshilachada.
Hablo del silencio que se enciende en el tumulto, del movimiento cosido a la quietud, de la esperanza tendida al sol de la mañana. Hablo del peso de la nostalgia y de la nostalgia del peso. Hablo de la niebla que envuelve cada palabra dicha al oído.
Hablo de rellenar el hueco inmenso de mí mismo que amanece después del breve espacio en el que estás.
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