Entre palabra y palabra, entre nota y nota, siempre hay un silencio. El silencio es parte del mensaje, es la parte del mensaje en donde se pone el latido que falta, el espacio que aguarda relleno, el humo que queda por henchir.
La melodía va cambiando y ejerce una especial atracción para los sentidos. Se agria o se endulza, melosamente se restriega sobre el pentagrama de las horas hasta llegar a la niebla.
El ritmo es más insistente, más constante, la invariable del deseo que pulsa cuatro veces cada piel en un sólo compás. Y la armonía es un sueño que, si bien no es silencio, al menos nunca hace ruido.
Pero el silencio es donde se planta la raíz del mensaje siguiente, por donde crece el tronco que queda por abrazar; el silencio es el preludio del porvenir que uno no termina de creer que viene. El silencio nunca está completamente vacío.
Entre beso y beso, entre mano y piel, entre parpadeos de ojos contrarios que se buscan y se esperan, siempre hay un silencio, un silencio lleno del aire que se necesita para insistir. Un silencio de lágrimas rotas o de risas escanciadas en aquellos labios nacidos del sueño. Un silencio como vómito atascado, como ansiedad contenida, como párrafo por el que comenzar el relato de otra vida.
Cuando la piel se traspasa con un roce eléctrico, cuando la memoria rebota cansinamente sobre el mismo pensamiento, cuando el corazón gime goteras, el silencio es esa extraña frontera que nos une y nos separa.
El silencio es, sencillamente, el anuncio de las siguientes palabras que necesitamos proferir. Y esas palabras incandescentes que nos arden en el ahora esperando un luego, tú y yo ya la sabemos pronunciar. Nos las hemos dicho tantas veces, tantas, muchas. Pero todas las veces son pocas y hay que decirlas mucho más.
Y ustedes que acaban de ver pasar mis silencios sobre el éter, perdónenme las palabras. Pero es que yo sólo construyo silencios para echarlos abajo después, demasiado tarde, más allá.
Pido silencio
Ahora me dejen tranquilo.
Ahora se acostumbren sin mí.Yo voy a cerrar los ojos.
Y sólo quiero cinco cosas,
cinco raíces preferidas.Una es el amor sin fin.
Lo segundo es ver el otoño.
No puedo ser sin que las hojas
vuelen y vuelvan a la tierra.Lo tercero es el grave invierno,
la lluvia que amé, la caricia
del fuego en el frío silvestre.En cuarto lugar el verano
redondo como una sandía.La quinta cosa son tus ojos,
Matilde mía, bienamada,
no quiero dormir sin tus ojos,
no quiero ser sin que me mires:
yo cambio la primavera
por que tú me sigas mirando.Amigos, eso es cuanto quiero.
Es casi nada y casi todo.Ahora si quieren se vayan.
He vivido tanto que un día
tendrán que olvidarme por fuerza,
borrándome de la pizarra:
mi corazón fue interminable.Pero porque pido silencio
no crean que voy a morirme:
me pasa todo lo contrario:
sucede que voy a vivirme.Sucede que soy y que sigo.
No será, pues, sino que adentro
de mi crecerán cereales,
primero los granos que rompen
la tierra para ver la luz,
pero la madre tierra es oscura:
y dentro de mí soy oscuro:
soy como un pozo en cuyas aguas
la noche deja sus estrellas
y sigue sola por el campo.Se trata de que tanto he vivido que
quiero vivir otro tanto.Nunca me sentí tan sonoro,
nunca he tenido tantos besos.Ahora, como siempre, es temprano.
Vuela la luz con sus abejas.Déjenme solo con el día.
Pido permiso para nacer.@(Pablo Neruda, Estravagario, 1957—58)
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