Si te fijas, todo lo que somos lo puedes descomponer en palabras que quisieras escribir de otro modo. Te acordarás enseguida —porque la memoria es un animal salvaje acorralado por el tiempo— del abandono de los espacios en blanco, de los naufragios en los puntos suspensivos, del miedo a cambiar de renglón.
Si te fijas, de los aciertos y de las rimas no queda ni rastro, si acaso, un color indistinguible en la tinta, una luz avejentada e invisible sobre las páginas. En los errores está lo que somos, lo que hemos sido, lo que seremos. La huella que nos va esculpiendo, como desfile de hormigas por un papel inmaculado, consiste en los equívocos del corazón, en el espasmo que nos dejaron los contratiempos, en la llama del desamor que corría en pos de sombras, en el combustible inacabable del miedo.
Si hubiéramos hecho aquello que queríamos, si nos abarrotaran los aciertos y cada palabra estuviese bien escrita y en su sitio, viviríamos con el mundo en prosa, ahogados por las lágrimas que no tuvimos oportunidad de derramar.
Pero yo quiero estar en verso, reconocer mis propios errores y después volver a cometerlos, abrir cajas de pandora envueltas en ojos tiernos, amueblar una habitación en el infierno y salir corriendo cuando ya no pueda pagar el alquiler.
Si te fijas, los errores cometidos que buscaban ser aciertos, las flechas que no dieron en el blanco, las notas desafinadas en la partitura, son la única razón por la que sabemos si estamos queriendo o no.
Si te fijas en cuánto me equivoco deseando acertar y ser acertado, sabrás cuánto te equivocas tú no creyendo que nos amamos como hay que amarse, incrédulamente, sin esperanza.
Deja una respuesta