De sobra sé que no es perfecta, que nada lo es. ¿Y qué importa? El ideal no existe; y si existe, no me llega, no me hace temblar, no me conmueve.
Si supiera, si tuviese el don de esculpirla de la nada, no encontraría el modo de mejorarla con estas manos mías, con estos ojos propios, con este corazón envejecido y envalentonado.
Yo también soy mis errores, mis manos torpes, mi cuerpo moldeado por los genes y la pereza. Y estoy tan hecho de sueños como de fracasos, con tanto entusiasmo como decepción.
Aquí aparezco, tal vez, como si supiera de lo que hablo, como si todo rodara suavemente por una cuesta ligera y las palabras surgieran solas, seguidas, en una misma secuencia de plano contra-plano.
Pero es pura coquetería la de ocultar los lunares de la espalda, el pellizco ansioso de una tarde de domingo y el asqueroso vicio de fumar a deshoras. Coquetería necesaria, pero que no me engaña. De sobra sé que no soy perfecto… ¿y qué importa?
Y como yo no lo soy, ella no puede serlo. Su imperfección no es un defecto, sino eso, exactamente eso que hace que ella sea como es. Eso que tanto me gusta.
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