Cuando llegó a la isla, perdieron el contacto. No encontraba palos secos para hacer señales de humo por las noches y, durante el día, la selva de los acontecimientos se interponía.

Buscó un promontorio en el archipiélago de la isla, pero todos los canales que encontraba tenían contraseña. Luego probó con el dedo gordo, pero era tan poco hábil con ese dedo solo y tuvo tan poco éxito, que se desanimó a seguir haciéndolo. Y entre tanto, se le acabó la batería.

Para cuando volvió, ya nadie le esperaba. La vida sigue, le decían todos. Y es que es rigurosamente cierto que hay que vivir. Incluso ella le había dado por desaparecido y estaba con otro.

A pesar de todo, a Tom Hanks aún le dura esa manía de hablar solo y mandar mensajes en tristes cocos que se alejan lentamente, como flotando en el mar. Pobre tipo… ¡a su edad!

Anoche

Anoche me acosté con un hombre y su sombra.
Las constelaciones nada saben del caso.
Sus besos eran balas que yo enseñé a volar.
Hubo un paro cardíaco.

El joven
nadaba como las olas.
Era tétrico,
suave,
me dio con un martillito en las articulaciones.
Vivimos ese rato de selva,
esa salud colérica
con que nos mata el hambre de otro cuerpo.

Anoche tuve un náufrago en la cama.
Me profanó el maldito.
Envuelto en dios y en sábana
nunca pidió permiso.
Todavía su rayo lasser me traspasa.

Hablábamos del cosmos y de iconografía,
pero todo vino abajo
cuando me dio el santo y seña.

Hoy encontré esa mancha en el lecho,
tan honda
que me puse a pensar gravemente:
la vida cabe en una gota.

(Carilda Oliver Labra)