Tal vez hayas sentido alguna vez la necesidad imperiosa de decir, de escribir, un algo que te sobreviva, que quede en la memoria de muchos hombres o de alguno, que cambie la vida de una persona y le infunda valor o misericordia, o que revele al mundo esa generosidad íntima que notas en el centro del pecho, esa determinación de quien está en paz con todas sus dudas, ese espasmo de energía de quien quiere elegir su futuro.
Quizás también hayas deseado alguna vez encontrar la palabra exacta que detenga el rodillo del destino, que alivie la desazón de los naufragios, que haga rodar un número impar de lágrimas dulces contra las saladas.
Puede que hayas tenido sobre tus hombros el peso de saber que el minuto que estás viviendo trascenderá lo que de ti recuerden, que el movimiento de tus labios quedará grabado a cámara lenta en alguna memoria, que ese gesto incontrolable de tu rostro permanecerá engranado para siempre en los latidos de un corazón que te mira desde la intemperie.
Pues bien, permíteme que me inmiscuya en tus asuntos y te saque del error. Porque no existe ese momento único, no hay una sola palabra que cambie la historia más que otra, no hay un beso más oportuno que el que regalaste, no hay frase más acertada que la que dijiste.
Cada momento es único y, sin embargo, todos son repetidos. La vida es leve y necesita que digamos muchas veces lo mismo para convertir en realidad eso innombrable que nos gustaría.
Todos los momentos son decisivos, todos, porque los efectos nunca tienen una sola causa, porque no basta detener una gota de lluvia para evitar que se empape el suelo de agua.
Me he sentado delante de este papel —intangibles los dos—, deseando escribir un rayo que te recorra desde la punta del pie hasta los ojos, una luz que te deslumbre el esqueleto, una marca de agua que se te quede prendida en los sueños.
Pero me he dado cuenta, mientras iba tecleando palabras ya dichas, que no es necesario, que no debo resumir el tiempo que me ha tocado y condensarlo en un solo sintagma o en un único vocablo.
Y si acaso pudiera, solo con palabras, cambiar algún destino, sé que entonces, rayo, luz y marca, lo inefable ya lo tengo escrito. Pero no en una sola palabra, sino en cada palabra de las que he dicho, de las que digo y en las que aún me quedan por decir.
La vida nos acorta la vista…
La vida nos acorta la vista
y nos alarga la mirada.
¿Cómo poner otra figura en el paisaje
sin desarticularlo como una feria invadida por la tristeza,
sin que las nubes o los árboles se despeguen
y salten como muñecos desarmados?
¿Cómo poner una palabra en el paisaje
sin que el silencio se asuste
igual que un animal sorprendido en el bosque
o como una procesión que ha perdido su imagen?
¿Cómo poner una muerte en el paisaje
sin que se vuelva frío
y se sumerja como una flauta
con todos los agujeros tapados?
¿Cómo alargar un sueño
hasta que sea un punto en el paisaje,
una figura, una palabra o la muerte,
sin que el paisaje se desintegre como una burbuja?
Nosotros ya no podemos dejar de estar en el paisaje siguiente,
aunque sea un paisaje en blanco.(Roberto Juarroz)
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