A veces no sé qué decir, no encuentro las palabras. Sucede que no consigo fijar el pensamiento. Ni siquiera divago en mi interior. Las imágenes suceden a las palabras, las palabras a las imágenes, a tanta velocidad que no consigo articular ninguna de las dos.
Son malos días que vienen, que tienen que venir para darle valor a los buenos. Hago todo sin pensar, como un zombi o, me gusta más la comparación y la palabra, como un alucinado que vive por dentro en otro sitio y en otro tiempo del que le sucede por fuera.
Contesto lo primero que se me ocurre, monosílabos preferentemente, y, si me aprieta el silencio, ese tan incómodo que sucede con testigos que te miran fijamente, como dándote el turno de palabra, me limito a repetir lo último que he oído, como un loro sin pico, sin gracia y sin plumas de colores.
A veces no sé qué decir, pero sé que quiero pasar por aquí y dejar alguna señal. Casi siempre que escribo en el blog, lo hago también para mí. Me gusta dejar colgada una huella, un aviso al futuro, una sensación, una emoción o una pregunta para la que tal vez algún día, al releer estas líneas, encuentre respuesta.
Pero esta noche no sé qué decir. Supongo que lo mejor será que no diga nada. Si acaso, tan sólo mencionar la lluvia.
En los días de lluvia
A Mari Carmen
Sabrás por la presente que empeoré de vida.
Mariano Maresca
Más o menos extraña
la vida fue pasando tibiamente
por tu cuerpo y el mío.
Oigo la lluvia fría amontonarse
sobre las uralitas
y la noche me atrapa
en el sudor eterno de su tranquilidad.
Tal vez
debiera despertarte, hacerte compartir
este presentimiento
de lejana belleza
con el que me confundo apenas un instante
para volver a ti
que te abandonas
a la hermosa presencia
de tu respiración.
Pasan lentos los coches.
Oigo también
tu corazón lejano
pasar de madrugada entre la lluvia
y me asusta la sombra
de tanta intimidad.
Es tarde.
Uno escribe su vida en un poema,
analiza el amor
y se acostumbra
a seguir como está, junto a tu cuerpo
que quizá me recuerde todavía
desnudo entre las sábanas,
o las noches de lluvia nos confirman
que la vida, posiblemente hermosa,
no siempre es un asunto disponible
y que a veces resulta incluso mucha,
temible como ahora,
mientras que tengo miedo de besarte al azar.
Lo sé. Hemos sido extranjeros
hablándonos por señas demasiado cercanas,
ansiosos en las calles
de una nueva ciudad,
esperando tal vez que nos fotografíen
delante de este amor y de sus cicatrices,
eso que confundimos con nuestros sentimientos
o acaso
—en noches de locura—
con una sensación de humedad en los ojos.
Pero en pocas palabras se resumen
casi todos los días,
sus sílabas contadas en mis versos
y la felicidad.
Tibiamente los años
nos descubren
que nada existe ya sin tu sudor y el mío,
que somos todavía demasiado solemnes
cuando nos sorprendemos
temblando de pasión,
llenos de instinto mal disimulado.
Por eso, mientras llueve,
agradezco tu cuerpo entre las sábanas
y esta pasión desierta
de acariciar tus muslos,
más o menos extraños
y hermosos como un sueño
que acaba de llegar.@(Luís García Montero)
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