He borrado las señales evidentes, los errores plasmados, la vida escrita a desconchones sobre la pared. Se han ido también las huellas de todos los roces, las marcas verticales del tránsito cotidiano, los agujeros equivocados que tapaban los cuadros.
He pintado de blanco el pasado, tapando con pintura todas las historias contenidas en el polvo, cambiando de tono la luz que entra por la ventana. He estirado los brazos hasta que no ha quedado nada por alcanzar, porque pintar es escribir sobre lo escrito, combinar el pasado con un instante nuevecito y reluciente.
Tienen memoria la vida, el corazón y el papel. Todo les deja marca y por eso es imborrable lo que en ellos he escrito. Pero el yeso no, y yo ando pintando paredes blancas, llenando el suelo de estrellas enanas que llevan en sus entrañas un universo plano.
Y si tengo el corazón vacío y la vida baldía y el papel en blanco, si vivo encerrado entre estas cuatro paredes que cambian de color lentamente por el roce de mi mano, nada tengo que temer de la memoria del ladrillo. Si las paredes hablaran, las mías se taparían los oídos, como me los tapo yo para seguir vivo.
Si las paredes hablaran, estas cuatro paredes mías no sabrían qué más decirte.
El retorno
Las paredes tienen oídos,
vientre y sangre.
Pero que no lo sepa el aire,
que lo ignoren el invierno
y el vendedor de esponjas;
que no se enteren mis fotografías que hablan;
que mi amor, oh montañas, oh cielos,
no levante su voz como raíz dulcísima.Las paredes tienen oídos,
dientes, venas.
Pero que yo nunca, fumando,
diga su breve nombre de madera.
Que yo nunca sonriendo, pronuncie
su verdad: la cálida verdad.Porque las paredes, como los sótanos,
tienen grandes oídos de herrumbre y frío,
desesperanza y pavor,
desconsuelo y locura.Que yo nunca, en voz baja,
diga que he vuelto a amar.(Efraín Huerta, La rosa primitiva, 1950)
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