Perdemos libertad conforme nos pasa el tiempo, mientras el mundo nos penetra por el calendario y nos ata, poco a poco, con cadenas invisibles, a esa naturaleza que nos desvencija y a todos aquellos que tenemos alrededor.
Una tela de araña nos rodea. Cuanto más te mueves, más atrapado quedas, más pesadamente te hundes en las arenas movedizas, más te aprieta la anaconda de los días, menos aire libre alrededor.
Los recién nacidos lloran cuando quieren, duermen cuando tienen sueño, agarran lo que les llama la atención y, al cabo de un rato, lo tiran al suelo impunemente, sin culpabilidades ni previsiones de futuro.
Pero al ir creciendo, conforme los vamos domesticando en las esclavitudes, asumen progresivamente el papel que les corresponde en esta noria del molino en la que giramos todos para alimentar al monstruo de lo correcto y al fantasma de la realidad.
Y nos quedan pocos reductos, los grados de libertad se acercan al cero en cada año que pasa, en cada quien que conocemos, en cada futuro que se nos aparece como una ilusión.
Quedan pocos, pero todavía tenemos alguno. Cambiar el nivel de colores en la televisión, quitarnos los calcetines antes o después que los pantalones, ducharnos por la noche o por la mañana…
Pero aún quedan reductos en los que uno puede sentirse libre e importante. Sobre qué y a quién hablarle cada vez que algo pesa o que vuela por dentro, elegir el momento para meter la pata, escoger el modo de contar lo que nos asola el corazón…
Anoche fuimos libres, nos elegimos para contar secretos mientras el vino renovaba la saliva derramada en quejas, en desgracias y en ese cierto mal sabor que deja en la garganta recordar los malos momentos vividos, los temores remotos y la falta de esperanzas.
No es que yo nunca cuente nada, que es lo que me dicen todos, es que me gusta escoger el modo, el momento y la persona que escuche lo que tengo que decir. Me lo tomo así, como una de las pocas libertades que me quedan, como una de las pocas que les puedo dedicar a los demás.
Y no lo ignoro. Buscar esa libertad del momento adecuado, la de los ojos que escuchan abriéndose, encontrar la palabra precisa y olvidar por un momento todo lo que hay alrededor, sé que, de algún modo, se me acaba convirtiendo en otra nueva esclavitud en la que quedo preso.
Pero me hace sentirme libre. Quizás es que siempre prefiero, en todo, sentirme a ser.
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