Quinto silencio:
El hombre está leyendo en la cama, con la luz de la mesilla seccionando la noche en dos partes desiguales y disjuntas.
Así dispuesto, en un escorzo desaconsejado para el cuello y para la espalda, se desliza en busca de un párrafo, se precipita hacia el corazón de las palabras y cae en la cuenta.
Caer en la cuenta es aceptar que sólo se recuerda aquello que puede olvidarse. Y el hombre cae en la cuenta, se despeña, cuando revive las miles de noches que se repitió la misma escena: Una mujer dormida, perdiéndose los silencios que él escribía en la pantalla, mientras él se perdía los sueños que ella silenciosamente labraba dormida.
Se desploma en la cuenta de que aun sigue durmiendo en el mismo filo de la cama, como si al otro lado habitase la nostalgia de un fantasma bajo las sábanas, como si el espacio que estampa dos espaldas contra la noche, fuese un país deshabitado.
Confiesa entonces que aquel estricto silencio que a ella le pareció estrictamente necesario y que para él era una exageración, no era más que un modo de retintar sobre un mapa mudo la frontera que separa un mundo de otro.
Porque el silencio es la sombra de una frontera y, para aquellos que precipitadamente nos exiliamos de la infancia, el silencio es la Frontera y, en algunas noches viscosas, la única posibilidad de una isla.
Sexto silencio:
Este silencio es el de la sorpresa, ese que nadie invita. El silencio de una señorita que te hace una encuesta por teléfono, el silencio de quien se asombra de que no conozcas una página web que él visita.
Este silencio inopinado es el regalo que no te entregan, el correo que no se responde por pereza, el del buzón en el se guarecen las facturas enjauladas. Este silencio es el de las canciones que susurran un idioma que no comprendes, el silencio del viento en la cara mientras miras la noche y el humo que sella los labios.
Este silencio es el de la tarde que se endulza, poco a poco, sobre un cielo raso. El silencio de un sótano abarrotado de nadas voluminosas y adornado con aquellos algos que permanecen marchitos de tiempo y de polvo.
Este silencio difuso es también un silencio concreto, donde los otros silencios se diluyen y se mezclan hasta formar el estupor inhóspito con que uno se unta las esquinas del corazón para sobrevivir al insomnio.
Este sexto silencio es un silencio que no se cuenta, ese que recoge y deglute a bocanadas aquellos verbos que quisimos decir y no pudimos; o, lo que es peor, verbos que no supimos conjugar a tiempo y escondimos, como si todo estuviera ya dicho y ni siquiera nos quedara la palabra.
Lindo con tu silencio, en la hora fría…
Lindo con tu silencio, en la hora fría
en que todo está dicho. Palpo ciego
tu encontrado silencio. Parto y llego
de silencio a silencio, día a día.Cierto estoy de que cierto no podría
entrar en tus murallas. Cierto niego
que haya más fuerza en mí que la que entrego
a tu silencio, duda en ti, ya mía.Con él limito. Sé que es la frontera
de no sé qué. —Tu muda primavera
torna en dudosos vientos mis certezas—.Y en torno sigue tu silencio, y sigo
pensando en ti y sin ti, pero contigo,
si es que mueres en él o en él empiezas.(Rafael Guillén)
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