Cuarto silencio:
El silencio es un niño que busca flores secas en un jardín forastero. El silencio está en el jardín, el silencio huele en las flores secas, el silencio reverbera en la búsqueda y abre sus ojos de niño en la penumbra.
Entonces se bambolea ese lapso de blanca al final de cada respuesta. Pasa un ángel, se dice, pero lo cierto es que es el viento quien ocupa su sitio en todas las conversaciones vigiladas.
Son las manos entonces las que se despliegan en mímicas indecisas, el humo sirve de parapeto contra las palabras estudiadas, el recuerdo es un carbón al rojo vivo que hay que atravesar descalzo y entonces el mundo se detiene un instante, deshabitado pero denso, sobre la siguiente pregunta que nos pilla por sorpresa.
El silencio es una verja que se levanta para que nadie nos mire tan adentro que tengamos que salir de nosotros mismos y exponernos a la vida. El silencio es una ventana que ya no se abre, pero que nunca se cierra.
Autobuses
Aprendí una lección doméstica, sin importancia, las dos veces que estuve contigo. Siempre debes sentarte a su izquierda en los autobuses, podría rezar.
La única razón y argumento para construir esta norma se llama azar. El azar es la cabeza reclinada en una curva, y la sonrisa que se pierde mientras miras por la ventana. Una mano en la rodilla, un empujón cariñoso. Todo se genera en un mismo ritmo cíclico: izquierda-derecha, y derecha-izquierda si es recíproco o generoso. Nunca de otro modo.
Saber que siempre, en ese hueco a la derecha, hay alguien; del mismo modo que por ese hueco se terminará yendo cuando abran las puertas en su parada, o la tuya. En su parada, o la tuya, sabrás que puedes dar un beso ciego en esa dirección y encontrarte mucho más de lo que tú quieres decir tan tímidamente en el último instante. Así sucesivamente.
Nunca te sientes a su derecha, porque nada de esto habría podido ocurrir. En esa lección casi sin importancia aprendí que la vida, como los autobuses, está en constante movimiento y es una gracia haber coincidido contigo durante el trayecto.
(Iván Pichel, 2010)
La estatura interior
La estatura interior es un secreto
no sólo para quienes nos miran con sorpresa,
sino para el intruso que en nosotros
asiste a nuestra vida sorprendido.En una ciudadela inaccesible,
cuyo trazado dicta el pensamiento,
el huésped al que damos cobijo se pregunta
de qué sustancia insólita está compuesta el alma,
hacia dónde se extiende su estatura interior.Crecemos por crecer, nos dilatamos
más allá de nosotros, nuestros límites
nos son desconocidos, este orgullo
tiene una explicación, es un delirio
con fundamento lógico, un acorde
que suena dirigido a las alturas.Menguamos sin porqué, nos contraemos
en la voracidad de nuestra llama,
hemos dado en decir que el mundo mágico
se rige por el plan de nuestra secta.
Es un delirio solo comparable
al insensato orgullo que nos mueve.
Parece que reptemos en la imaginación,
y si el aire nos pulsa no sonamos acordes.La estatura interior nos circunscribe
a una especie difícil que solo se alimenta
de mezquindad y sueños. Es un lastre
y el modo en que se extienden nuestras alas.
La estatura interior nos cataloga
en el álbum severo de la zoología:
la bestia equidistante,
entre el reino animal
y el reino de los dioses.(Carlos Marzal, Metales pesados, 2001)
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