Es cierto que pasamos, que después quedan las huellas, que se mira atrás cuando no se ve nada claro lo que hay delante. Que nada se aleja más que el pasado, que nada duele, sin embargo, tanto como aquello que no se hizo.
Reflexiono mientras paseo por esta orilla, busco los puntos de inflexión que me trajeron a esta curva, repaso las encrucijadas que me atraparon y recuerdo con cierta nostalgia su esplendor y su miedo.
Me voy echando a las espaldas mi propia inconsistencia, el arcón de los defectos y la sal de alguna lágrima que se me pudrió dentro sin llegar a ver la luz. Me miro y me sorprendo —¿quién es este que voy a ser?—, me noto cambiar pero sigo en el centro, me noto vivir y morir a la vez.
Adoro esta incertidumbre que me mantiene despierto, disfruto mirando este desierto que me espera cálido y amenazante, este trayecto que no tiene más caminos trazados que los que dejan mis pisadas erráticas, torpes, sonámbulas, pero hechas a la imagen y semejanza de mis pies.
He dejado de caminar recto y, sin embargo, sé que no estoy más perdido de lo que antes estuve. He perdido la prisa porque ya nadie me espera, porque yo sí que espero todo. Mantengo el miedo a llegar, no consigo sacudírmelo, pero he perdido el miedo atroz que me daba llegar solo.
De momento, sólo pretendo ocupar el espacio. Con eso me conformo hasta la siguiente cuenta atrás, hasta la próxima huida, hasta las equivocaciones que me acechan, hasta ese punto de partida que aún está por venir o por deshacerse en arena.
Autobiografía
Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.(Luis Rosales, Rimas, 1951)
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