Pitufo Gruñón —que nunca estuvo muy contento con que le llamasen así, como su propio nombre indica— siempre quiso ser cocinero. Pero nunca se le dio bien congeniar nada, menos aún los sabores en la comida, y no tuvo más remedio que cambiar de vocación acuciado por una úlcera lacerante que agravó su mal carácter.

Decidió intentar un cierto flirteo con la filosofía. No le iba mal del todo porque discutir era lo suyo, hasta que se topó con Kant. Primero lo abordó con una edición traducida al idioma pitufo que, como todo el mundo puede imaginar, era incomestible hasta para las cabras. Nunca sabremos qué habría pasado si hubiese continuado hasta Hegel o le hubiera dado por leer a Nietzsche…

Bastante desmotivado, tuvo la suerte de encontrar en Pitufina un apoyo para sus pesares. Ella fue la que le aconsejó dedicarse a algo de provecho y se hizo constructor de setas de protección oficial. Y le quedaron unas setas muy monas con ático y en primera línea de playa. Pero cuando los compradores, al verla, le señalaban algún defecto de fabricación, él se enfadaba y los tiraba por la ventana. Y claro, entre juicios e inversiones, no vendió ni una escoba y el Bankpitufen se acabó quedando con su negocio.

Pero, ya se sabe, la suerte cambia de lado cuando menos te lo esperas y, ahora, Gruñón está encantado con su nuevo trabajo en un pitufigrama de televisión. Ha creado estilo, se siente como en su salsa dando voces y poniendo verde a todo el mundo, con un éxito espectacular.

Arrasa en las audiencias, puede decir lo que quiera sin que le demanden y nadie le pide nunca que demuestre nada de lo que se inventa. Sí, por fin ha encontrado su rincón en el mundo, contando chismes de Papá Pitufo, sacando del armario a Fortachón y llevando la cuenta de los novios de Pitufina y de lo que le dura cada uno. Es un gran pituriodista del corazón.

¡Qué vueltas da la vida! Cincuenta años después —nadie podía haberlo imaginado—, es él quien persigue a Gárgamel con un micrófono en la mano. ¡Vivir para pitufiver!

Pero, eso sí, desde que se extinguieron los corderos en la pitufiselva del corazón y sólo quedan lobos, no seré yo quien critique su negocio de compra-venta de escándalos. Porque el treinta por ciento de la audiencia no puede estar equivocada. Ni mil millones de moscas, tampoco.