Por la mañana se asoma desde las rendijas el tiempo que tengo prestado y concedido, el que remuevo en la taza y retuerzo en las llaves varias que me van abriendo y cerrando el camino de las obligaciones.
Sol o nubes, en el fondo es lo mismo, el paisaje me contempla desde lejos cuando me traga el impacto de los árboles que rompen el cemento entre los vehículos y voy dejando atrás las señales que no son indicios.
Ya he llegado a la vida, se supone, si es que el destino era esto, pero nada me conmueve en este sitio, si es que el destino era esto de llegar muerto a la vida de los otros que brillan un momento y desaparecen en el rastro químico del cerebro.
Se supone que ya he llegado, si es que el destino era esto y sólo se puede brillar un momento, apagarse luego para servir de alimento a la lista de eso que llamamos las circunstancias.
Entonces deseo con todas mis ganas poder devolver el préstamo y las llaves, remover por otro sitio el azúcar en la taza, vender el brillo a precio de mercado, no haber llegado todavía y que el destino no sea esto.
Desventurados
Desventurados los que divisaron
a una muchacha en el Metroy se enamoraron de golpe
y la siguieron enloquecidosy la perdieron para siempre entre la multitud
Porque ellos serán condenados
a vagar sin rumbo por las estacionesy a llorar con las canciones de amor
que los músicos ambulantes entonan en los túnelesy quizás el amor no es más que eso:
una mujer o un hombre que desciende de un carro
en cualquier estación del Metroy resplandece unos segundos
y se pierde en la noche sin nombre@(Oscar Han, Versos robados, 1995)
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