Conforme caía la tarde al precipicio de una luna cumplidora de sus mapas, los amigos íbamos acercándonos las sillas y las palabras.
Secretos y no tan secretos, confidencias muertas de risa que reviven al decirlas en voz alta, fuimos escribiendo todas las páginas con ruido de fondo de los bares, en las barras metálicas y anónimas, sobre las mesas, rayadas con otros nombres, que soportan incólumes el humo indispensable de las desventuras cotidianas en su salsa o el nervioso recuento de alegrías fritas y de decepciones en vinagre.
Más tarde, a la hora de los ángeles, la noche se espesa y cabe en voces de cristal, y algún antro nos acerca por ojos, por las manos, por la ferocidad doméstica de las lenguas, hasta que salimos de nosotros hacia la sal de las copas, en el punto final de este capítulo, por besos desigualmente repartidos, o abrazos a medias, o suspiros y hasta otra, o buenas noches, o punto y seguido.
De vuelta al estricto cumplimiento de la luna, en un taxi exhausto de testigos —quizá bajo una leve llovizna de ausencia, de primavera, de tristeza o de caricias— me restauro por dentro y sello heridas con la cordura de los amigos y con esta borrosa y absurda felicidad de las margaritas.
Raso en la autopista
L’anima sua bianchissima e leggera
Sergio Corazzini
Brillantes son las avenidas de la noche,
las vacías autopistas que solitario
atraviesas en la cabina de un coche,
como si una soledad acristalada
permitiese la vida de los sueños, de las
niñas que mueren de amor ante los
cines, fuera del mundo, al borde de la noche.
Automóviles solos que en todos los moteles
hablan del saxo azul de los night-clubs,
de un silencio de seda, del fuego que
abrasa las tablas de la ley cuando
el malhechor ?raso en la pechera? decide
ahogar su dolor en los cetáceos muertos,
en la pálida estrella que ve brillar
tras el arabesco del balcón en un
motel cualquiera…
Con el alba el claror redibuja un paisaje,
el cascote del día resuena contra el
níquel y hay olor a comienzo de caza
en los bares desiertos, desiertas avenidas…
Las sábanas entonces, al que tarde regresa,
le ofrecen dulzura de hierba cortada,
rocío en las hojas de los tréboles,
trinos de tordos que saludan al alba.
En tanto tú regresas, marchito el clavel
en la tersa solapa, dispuesto al sueño,
al olvido del dolor, al rubio olor del champaña…
Y mientras, las carreteras desenvuelven
las alfombras azules de la madrugada.(Luís Antonio de Villena, Sublime solarium, 1971)
Deja una respuesta