¡Tantas veces me lo has dicho! Con tus voces distintas, con tus múltiples idiomas, con tus varios colores de tinta, con tus diferentes tipos de letra. Tantas veces me lo dices que yo, creyéndote muchas, fabrico un sin fin de respuestas.

Me hablas de la importancia de tener un río en la memoria, de que el amor es un mordisco que siempre llega a tropezones. Me hablas de música o de libros, de películas que son extensiones de kilométricas novelas para jóvenes que buscan amores y asesinos.

Y yo, creyéndote muchas, maquillo respuestas solitarias, diferentes tonos de voz con los que juego a ser muchos distintos desde las partes contrarias de mi propio yo.

Tantas veces me lo has dicho, de tantas formas que ya, creyéndote tantas, muchas, infinitas, sufro de diferente modo las despedidas como si pudiera partirme en muchos.

Me has dicho adiós tantas veces que ahora sé que siempre eres la misma.

Tantas veces me lo has dicho, que ya sé lo que significa:

—Vengo enseguida, mi vida, voy a disfrazarme de otra. No tardo. Y mientras vuelvo a decirte hola, dúchate, hombre, respira, estira el corazón y las piernas o si lo prefieres, llora.

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Las cosas nos imitan.
Un papel arrastrado por el viento
reproduce los tropezones del hombre.
Los ruidos aprenden a hablar como nosotros.
La ropa adquiere nuestra forma.
Las cosas nos imitan.
Pero al final
nosotros imitaremos a las cosas.

(Roberto Juarroz, Séptima poesía vertical, 1982)

La única rosa

Todas las rosas son la misma rosa,
amor, la única rosa.
Y todo queda contenido en ella,
breve imajen del mundo,
¡amor!, la única rosa.

(Juan Ramón Jiménez, Canción, 1936)