Los bailarines descendieron cuidadosamente hacia la parte inferior del escenario, diseñado a dos alturas, hasta colocarse en la posición inicial. Se diría que temían un mal paso o que traían los pies atenazados con un manojo de nervios.
Él, con un suave ademán, indicó con la mano el camino hacia el centro, dando el primer paso. Ella le siguió de puntillas, sin hacer ruido, casi como una sombra púrpura. Entonces, en una especie de juego de los de antaño, comenzaron a girar persiguiéndose alrededor del centro de gravedad de la escena. Al principio despacio, lentamente, como una deriva a merced de la corriente que iba incrementando el ritmo y la tensión poco a poco, anunciando remolino o catarata, pero condenada a no resolverse hasta el tercer acto.
Después, con un interludio de pasos breves e indecisos, tan sutil como el humo, se reúnen en un lateral. Su técnica se pone de manifiesto, el equilibrio, la expresividad en la pose de las manos, la flexibilidad de los cuerpos.
Ella, sobre sus puntas y ayudada por los brazos del bailarín, gira velozmente, levanta las manos hacia lo sublime como un cisne que preparara su vuelo con pequeños saltos mientras le asoma el cielo por las pupilas.
Él huye, entre atormentado y ansioso; ella se aleja como arrepentida y encantada, hasta que, una vez salvada la pasarela, se vuelven a reunir en la parte superior del escenario. Entonces llega el salto, el reencuentro nervioso y un tanto torpe de aves a ras de suelo.
Allí la danza se torna estática pero crece la intensidad de su trasfondo emotivo y, como si de movimientos bajo el agua se tratase, los bailarines se engarzan en un vaivén tímido de alas que buscan cobijo, un frenesí controlado de contorsiones y figuras quedas, suaves, que armoniosamente se van haciendo y deshaciendo a ritmo de silencios de blanca entrelazados.
Entonces el gran final, la rueda definitiva, el último paso. Los brazos coraza se convierten en banderas que el viento agita. Todo ya en calma en el escenario, que no en el corazón, ella baja la vista y él arruga palabras. Y salen de escena haciendo mutis por el mismo lado de dos bambalinas opuestas y blancas, mientras cae sobre ellos el TELÓN.
Es curioso. Es curioso, pero fue precisamente entonces, al final de la coreografía, cuando empezó a sonar esa música sutil que aún sigue sonando, viscosa, interminable, como un aroma que tarda una eternidad en extinguirse…
Confesión
Yo huelo a ti.
Me persigue tu olor, me persigue y me posee.
No es este olor un perfume sobrepuesto sobre ti,
no es el aroma que llevas como una prenda más:
Es tu olor más esencial, tu halo único.
Y cuando ausente mi vacío te convoca,
una ráfaga de ese aliento me llega del lugar más tierno de la noche.
Yo huelo a ti
y tu olor me impregna después de estar juntos en el lecho,
y ese fino aroma me alimenta
y ese aliento esencial me sustituye.
Yo huelo a ti.(Darío Jaramillo Agudelo, Poemas de amor, 1986)
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