Se prefiere la carne o el pescado, los colores, las estaciones… Los caballeros las prefieren rubias, los demás nos conformamos con encontrar.

¿Qué color es el que más te gusta? ¿Qué comida te abre siempre el apetito? Hay razones antiguas, en olores de viejas cocinas familiares mal ventiladas, en los ojos de una chica que se abrieron de par en par cuando apareciste con tu camisa verde, en la placidez del instante en que te dieron a probar un determinado té…

Razones aleatorias que transformamos en fundamentales sin tener ni la más remota idea de que perdurarán muchos años. Razones aleatorias que, sin saber bien el mecanismo, en lugar de pasar como sombras, como tantos otros instantes que se pierden en la memoria, se nos quedan en ella para siempre.

Y, cuando el tiempo pasa, cuando uno ya no se acuerda por qué prefiere lo que prefiere pero continua profiriendo su preferencia a todas horas, dejan de existir las causas y, simplemente, se acepta que eso es lo que uno prefiere.

Sucede también, que las preferencias se transfieren, que nos gustan aquellas cosas que les gustan a quienes preferimos. Nos contagiamos, ellos son el impulso para cada nueva preferencia cuyo origen se olvida sin más. Y, cuando nos inventamos unos a otros, tan mal que parecemos de verdad, adquirimos mutuamente preferencias inventadas a la vez, por los dos.

Este es, a mí me lo parece, el mayor misterio del mundo en el que vivo, que no sé si será el real o uno inventado. Porque se prefiere lo que se prefiere, uno hace lo que hace y deja de hacer lo otro.

Pero si se mira en el interior, si uno desestima todas esas razones fáciles de encontrar en la memoria o bien, si las analiza a fondo, hay que darse cuenta, nuevamente, de que preferimos por azar.

Y por azar, también, somos preferidos. Pero aunque nos guste creer que hay una razón única, individual, específica, que nos hace ser preferidos por alguien, lo cierto es que todo se lo debemos al azar propio y al de los demás.

¡Qué inquietante sensación! La de no saber en qué momento van a dejar de preferirte, ni por qué. Da igual lo que se haga, la lucha o el esfuerzo por ser preferido, el balance de méritos y de decepciones, la monotonía o la sorpresa de los vínculos y las afinidades, porque nadie puede controlar el azar y sus secuelas.

Por eso, preferir a quien te prefiere, siempre es una suerte, siempre es azar de felicidad. Mientras dure…

Besar a reñir, palpar a pisar, volar a correr. Yo también prefiero un polvo a un rapapolvo y los caminos a las fronteras. Incluso aunque los caminos se recorran en solitario.