Con este corcho en los sentidos, con las nubes en la cabeza, voy flotando por los pasillos de mi vida, suavemente aterrizando entre paso y paso.
Noto la levedad, esa que me empuja a subir hacia arriba y luego me deja caer muy despacio a merced del viento sideral.
Metido dentro de la escafandra sin poder traspasar mi piel, que es primera y última frontera, y escapar de mí mismo, no sé si buzo montado del Canadá o astronauta en la Luna, todo me pasa de puntillas, como una nata bien fotografiada sobre un plato sin flan.
Llamo a Houston a cada hora y la respuesta que obtengo es siempre la misma, que todos están ocupados, que me atenderán en breves momentos. Y tengo que colgar el aparato antes de que el hilo musical me amanse la feria.
Las cosas normales ya me parecen funestas y que el cielo esté encaladrillado ha dejado de ser un trabalenguas para convertirse en la descripción más exacta de una hora muerta mirando al techo.
No quiero ser distinto pero es que ser un alguien corriente me resulta complicado porque, de este mundo en el que no estoy, ya sólo me importan las personas. Y no todas, debo añadir.
El oxígeno se me acaba y el rozamiento con la atmósfera me da más frío que miedo. No sé qué será de mí cuando americe en el año siguiente y tenga que atragantarme de desierto.
«Houston, tengo un problema», les digo, «he tomado muestras imprecisas de un planeta equivocado». Y me veo, triste astronauta, embutido en el traje oficial de los domingos de paseo, mirando una alarma que me parpadea en el corazón diciendo: «Abróchese el cinturón y déjese ahogar».
Rogatorio
Por la esfera y la cruz
de perfección divinas,
por la idea de un alma
que nos salve en la muerte,
por el alma sin vida del que sufre
el silencio de Dios ante la saña
incomprensible y fría de sus dioses,
por esta soledad
planetaria y devota del amor,
por la arcana razón del sinsentido,
por el sueño de aquél
que en su vuelo encontró
el ciego pedernal de la vigilia;
porque no lo sabré, porque no me sabrá,
por lo que sí sabemos:
por la oscura ceniza
de la rosa de luz que pudo ser,
por el será y el fue
que son el nunca,
por el instante eterno de sentir
esta amarga piedad que es la alegría.(Vicente Gallego, La luz, de otra manera, 1988)