Trescientos cuarenta son los capítulos que ha tardado el insomnio en derretirse, en hacerse más tierno y más ambiguo, más contradictorio y menos líquido.
Estoy aquí porque creo que decorar la vida es una obligación para todo ser humano, que mentir es una necesidad biológica que alimenta la memoria, que escribir es el escenario perfecto para congeniar la realidad y la ficción.
Y me voy, no porque haya dejado de creerlo, sino porque las letras que había convenido con esta edad del azar ya se han librado y se han hecho efectivas.
Pero antes de irme quiero dar las gracias a aquellas personas que me acompañaron en el trayecto, que silenciosamente me observaron caminar tropezando.
Gracias a quiénes tuvieron el detalle de quedarse. Gracias también a quiénes prefirieron irse o volver cada cierto tiempo a este trocito de viaje en el que se queda mi vida expuesta en clave de trayecto.
Gracias por leerme, por decepcionarse, por asombrarse, por aconsejarme, por discutirme, por desordenarme los renglones y por hacerme dudar de lo que siento, de lo que pienso y de lo que escribo.
Y muchas gracias al insomnio, muchas gracias.
Pero es que la vida no espera. Seguiré andando por otro camino, andando del mismo modo en que hay que correr persiguiendo los sueños: incrédulamente, sin esperanza…
Quiero ir ahora a un lugar en el que pueda escribir lo que siento sin tener que sentir lo que digo. Si es que encuentro un amor imposible…
A estas alturas rodando
A estas alturas rodando
literalmente rodando
asumo mi destino,
araño cielos, tiento paraísos,
busco la clave que me traspase,
sin buscarla la busco,
la llave es un torso, un gesto,
la sonrisa de un amor imposible
o de otro amor imposible.
Los amores imposibles
—es tan evidente que siempre lo olvido—
son partes de ese mundo imposible
que es mi mundo verdadero.(Darío Jaramillo, Libros de poemas, 2001)